miércoles, 13 de diciembre de 2017

Letras de memorias

Por Irene Dantés.

    Despertó esa mañana con la horrible y conocida sensación de haber recordado algo muy importante. No sabía bien qué era ese algo y al momento en que abrió los ojos el algo se difuminó en la niebla de la zozobra. El hálito de su propia respiración le dijo que había nevado durante la noche y que con toda seguridad, tendría que despejar la entrada a su casa. Estiró los músculos tratando de recuperar eso que se le había escapado, pero el recuerdo ya no estaba.
Mientras preparaba el té de manzanilla que le ayudaba a mantener el calor dentro del cuerpo su mirada se posó en la máquina de escribir. Trató de recordar si ella la había comprado, si se la habían regalado o si estaba en la cabaña cuando llegó. Desechó las ganas de averiguarlo y se enfocó en la tetera sobre el fuego. El calor le recordó que había leña recién cortada en el cobertizo y que podría encender la chimenea. Tomó una cobija amarilla y se la echó en los hombros. La leña podía esperar. Aun no salía el sol y el frío se le colaba por todas partes. No tenía ganas de salir y mojarse los pies en la nieve y regresar congelada.
Ya con el té servido, se permitió mirar por la ventana. El mar entraba por el fiordo llevando más espuma de lo normal. El agua, cristalina por lo general en la orilla del lago, ahora parecía turbia y un poco escarpada. Pensó que con el frío que estaba haciendo los peces estarían congelándose. De algún lado su cerebro sacó la imagen de peces bailando en el fondo del mar y un pequeño cangrejo tocando unas trompetas animadas. Sonrió a la ventana, y su propio reflejo le regresó la sonrisa.
La entrada a su casa estaba cubierta de nieve, pero no tanta que no se pudiera pasar. Un pequeño pájaro se posó en el poste del camino y comenzó a picotear… tac, tac, tac... pensó que quizá, años atrás, se sentiría complacida al ver al bello pajarito…tac, tac, tac… pero ahora su cabeza la llevaba de nuevo a mirar adentro de la casa…tac, tac, tac… una parte de ella quería ver que el ave encontrase el insecto que buscaba… pero su atención seguía desviándose, hacia la mesa, hacia el papel, hacia la máquina de escribir. Al final cedió a la tentación y se acercó a ella. Tenía una hoja puesta en el carrete, le faltaba la tecla del número 5, y alguien había llenado el logo de Olivetti con corrector líquido, alguien había escrito Paloma con bolígrafo azul y letra juvenil, tardó unos minutos en recordar que ella también se llamaba Paloma y se sintió feliz de tener una máquina de escribir que había pertenecido a alguien con su mismo nombre.
Alguien había escrito algo en la hoja del carrete. Las letras un poco irregulares bailaron ante sus ojos por unos segundos, mientras trataba de encontrarle sentido a lo leído.
“…fueron las mujeres del pueblo las que llevaron a José al escondite subterráneo que llevaban meses usando, justo debajo de la iglesia. Si el padre Manuel hubiese sabido que cada domingo celebraba misas encima de un matadero, y confesaba a los hombres los sábados mientras orgías depravadas se llevaban a cabo debajo de él, se habría suicidado un año antes y no ese viernes santo cuando los malos espíritus le obligaron a cortarse las venas…”
Paloma se sintió inquieta. Tuvo la certeza de que cada mañana alguien le escribía esas historias durante la noche para que ella las continuara por la mañana. Pero ya no más. Esa mañana, con el mar inquieto, el lago a punto de congelarse y la entrada cubierta de nieve, Paloma decidió que no seguiría el juego y que cuando el escritor fantasma que la atormentaba con historias de muertes y asesinatos llegara en la noche encontraría la historia tal y como la había dejado.
Tac, tac, tac…el ave seguía picando afuera…tac, tac, tac
¿Pero que le había pasado al tal José? ¿Qué pasaba en ese subterráneo? ¿Por qué se había matado el padre Manuel?
Quería saberlo. Quería entender… así que se sentó ante la máquina y buscó las otras hojas, sabiendo que en algún lugar estarían las páginas escritas que le dirían quién era ese José y qué hacía en ese pueblo lleno de mujeres perversas. Comenzó a jugar con su anillo, aquel que alguna vez había significado algo, quizá un joven hermoso se lo había regalado, o quizá lo había comprado en algún lugar, o quizá estaba casada… eso no importó por el momento… tac, tac, tac…comenzó a escribir.
Descubrió que ella sabía qué era lo que querían esas mujeres malvadas, descubrió que su fuerza de voluntad no era como ella pensaba y que el escritor fantasma estaría complacido en la noche al revisar su avance.
Quiso arruinar la historia y torcerle las tuercas al hilo argumental pero era tan interesante que no pudo apartarse de la forma que ya comenzaba a adivinar. Cuando la Marieta, uno de los personajes, estaba con los pechos al aire a punto de golpear el rostro de José, llegó él.
¡Mierda! dijo con voz temblorosa ¡Se me congela el culo! ¿Pero qué necesidad hay de estarte aguantando?
Paloma apenas le prestó atención.
¿Has comido algo? hubo respuesta y él no insistió más en tratar de comunicarse.
Ella no dejó de escribir. De pronto a su lado apareció un tazón de sopa de pescado y un pedazo de pan, pero ella siguió con el tac, tac, tac… con su propia ave mental buscando alimentarse a picotazos de una historia que ya estaba ahí cuando ella despertó.
No supo cuántas páginas había escrito cuando sintió hambre y por reflejo tomó la sopa que ya estaba fría. La casa se sentía cálida y notó que el fuego en la chimenea estaba encendido. Afuera se escuchaban los pasos de alguien que acarreaba leña y el constante y cada vez más fuerte rumor del agua. Pero ella volvió a lo suyo.
Después de un rato sintió ganas de ir al baño, pero justamente el nuevo sacerdote acababa de ser nombrado en la historia y Paloma aún no decidía si matarlo o dejarle descubrir lo que había en el sótano, así que se hizo en el pijama. El calor líquido que salía de su entrepierna le sacó de concentración, su cerebro trataba de coordinar las acciones a realizar como limpiarse, ponerse ropa limpia, tirar la sucia en el lago antes de que él se diera cuenta, pero al mismo tiempo su cuerpo se paralizó de terror y comenzó a gritar de miedo. Afuera los pasos se acercaron a la puerta y él entró a toda prisa.
¿Qué has hecho, Paloma? ¿Te has vuelto a hacer en los pantalones? exclamó el hombre cada vez más alterado ¿Es que eres idiota? y le soltó un puñetazo que la dejó inconsciente.
Despertó horas después cuando el sol ya se había metido y en la chimenea solo quedaban algunas brasas. Le dolía la mandíbula y la cabeza le daba vueltas. Apartó las cobijas y no se dio cuenta de que llevaba pijamas limpias, ni de que estaba hambrienta de nuevo. El rumor del agua le hizo apartar la cortina y ver por la ventana como el lago había crecido debido a la marea. El fiordo se desbordaba al fondo, embravecido el mar a lo lejos amenazaba la costa del lago que se agitaba violentamente. Se olvidó del frio y la nieve, del ave que ya no estaba, de la oscuridad que se cernía sobre el valle y solo pensó en escapar. Tenía que subir cuesta arriba, alejarse del agua, el fiordo se inundaría llevándose todo, incluida la cabaña por en medio.
Encontró su cobija amarilla y al echársela a los hombros vio que otra vez había una historia inconclusa en una hoja pálida salpicada de letras en el carrete de la Olivetti. Pero no le importó, tenía que salir de ahí.
Al abrir la puerta, el gélido aire le golpeó en el rostro con más dureza que el puño de él. Tampoco le importó. En pantuflas corrió por el camino, rodeó la cabaña y se internó en el bosque. Después de unos minutos giró la vista y sonrió al ver que el agua azotaba ya con furia las paredes de la casa y se felicitó por haber salido a tiempo. No había otras construcciones en su frenético recorrido, ni un alma que notara a la mujer que se alejaba de la orilla, huyendo de todo y de nada, puesto que todo lo que había en esa casa no significaba nada para ella.
A sus espaldas el agua seguía subiendo y muchos árboles cedieron a la corriente que ya de llenaba de astillas cuando los troncos tronaban con el peso del líquido, pero Paloma no dejó de correr. Corrió aunque los dedos de los pies le dolían. Corrió aunque el viento helado le congelara el aliento. Corrió aunque el frío le calara en los huesos. Corrió hasta que se sintió segura, mientras que el lago seguía destrozando todo detrás de ella.
Despertó en medio del bosque, con la sensación de haber olvidado algo importante. Ya no sentía las manos ni los pies, pero tampoco sentía frio y al momento de abrir los ojos le volvieron cuatro años de memorias perdidas entre arañazos de olvidos involuntarios. Se estremeció al recordar que ese día había sido diagnosticada con Alzheimer y que iba distraída pensando en cómo organizar su vida o lo que le quedaba de ella.        
Recordó el haber salido de la Universidad con las notas del día bajo el brazo y las llaves del automóvil en la mano. El golpe que le dio el desconocido antes de poder pedir auxilio. El olor a cloro que despedía su mano cuando le tapó la boca y la obligó a entrar al auto. Le dolió el cuerpo cuando su memoria le trajo los años de golpes y vejaciones, como la obligó a vaciar sus cuentas y el camino hacia el fiordo. Sus muñecas le recordaron que la tuvo muchos meses encadenada y su piernas todo el tiempo que estuvo pateándola.
La máquina la compró él después de escucharla contar historias de las que después no se acordaba. Para tenerla tranquila le llevaba hojas y cinta para la Olivetti. Él la ayudó a olvidar, con cada golpe y cada abuso sus memorias se esfumaban, olvidó el rostro de su padre, el de su marido, el propósito de su vida... y ahí, tirada en la nieve inmóvil,  se sintió por primera vez libre en muchos años. Supo que iba a morir de frio. Pero lo único que le importaba era no escuchar el tac, tac, tac que sus dedos hacían mientras tejía historias que su cabeza creaba para ayudarla a sobrevivir. Cerró los ojos dando la bienvenida a la oscuridad definitiva.

Feliz navidad, Paloma susurró con su último aliento, contenta de darse cuenta de que ya no recordaba el rostro de ese hombre.   

--FIN--
Datos del receptor:
Nombre: Paloma Celada
Aficiones: Senderismo y patinaje sobre ruedas
Lugar donde se desarrolla la acción: Fiordos noruegos
Lugar de nacimiento: Madrid
Estado civil: casada
Trabajo: investigación científica en la universidad
A qué tengo miedo: al mar embravecido en general y a ser sepultada por una ola gigante en particular.
Libros: El señor de los anillos y La casa de los espíritus
Canciones: La planta 14 (Víctor Manuel) Soldadito de plomo (Cecilia)
Películas: Amélie y Enemigo a las puertas
Consigna: Relato dramático con una enfermedad de fondo.

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