miércoles, 13 de diciembre de 2017

El Japón de los líos

Por Sergio Bonavida Ponce. 

        Ganar la XVI edición de versus, patrocinada por El Edén de los Novelistas Brutos con un premio en metálico de dos millones de pesos argentinos, permitió a Ismael Manzanares cumplir su sueño de revisitar Japón con calma y tranquilidad. Agarró su maleta de viaje -la que tenía pegatinas de Tokio, Osaka, Kioto, Nagasaki y Chimpún- e introdujo calcetines, calzones, pantalones, camisetas y su antigua cámara Canon para emular a los nipones en su afán de inmortalizar los viajes. También añadió al contenido de su maleta, que estaba hinchada hasta los topes, un libro: Groucho y yo. El libro, de humor, se lo leería en algún parquecito urbano de esos que tanto predominaban en el país nipón.
Ya con todo lo necesario para tan opíparo viaje se dirigió al aeropuerto de barajas -desafortunado nombre que no tiene nada que ver con los juegos de cartas- y aguantó las interminables colas de embarque, los cacheos corporales, los apretones en clase turista... Todo ello en el primer vuelo, pues necesitaría realizar tan solo cuatro escalas más para poder llegar a su destino: Tokio. Después de un viaje corto de tan solo 28 horas -ni el sol tarda tanto en dar la vuelta al mundo- aterrizó, ya por fin, en al aeropuerto internacional de Haneda, situado a un tiro de piedra de la capital de Japón. Solicitó un taxi. Pronunció el konnichiwa al que su interlocutor respondió con el riguroso konnichiwa de vuelta; se sentó y disfrutó de la primera visión de la ciudad desde la ventanilla del vehículo que avanzaba con honorable orden por las calles relucientes de impoluta limpieza. Una vez llegado al lujoso Hotel Sakura Tantimao, entregó una suculenta propina al taxista, pues no quería que se notara que era Español de la virgen del puño cerrado; agarró la maleta, hizo el chequín en recepción y con su maleta agarrada entre las manos, cual osito de peluche, entró en la habitación. La depositó con cariño en una esquina y, sin desnudarse ni ducharse, cayó rendido cual tronco recién cortado sobre la cama -Ismaeeeel vaaaa- y patapúm... Durmió unas catorce horas sobre el dulce colchón. Los dineros ganados en el Edén sumaban tal suculenta cantidad que no hacía falta visitar el país de sus sueños con ninguna clase de prisas.

Al despertar tomó un espléndido desayuno japonés a base de sopa de miso, arroz blanco y pescado a la parrilla. Para beber no perdonó el café y arrinconó el té verde para la tarde-noche. Subió de nuevo a la habitación, cargó una pequeña mochilita de espalda e introdujo Kleenex -era muy mocosín-, su libro, Groucho y yo, y su cámara fotográfica. Al salir del vestíbulo del hotel inspiró con fuerza, abrió con desmedida rapidez sus manos en horizontal para llenarse del aire nipón tan beneficioso, pero tan loco estaba de alegría que no calculó bien la trayectoria de sus largas manos y golpeó en la nariz a un enjuto anciano japonés de vestido trajeado que poseía todo el cuello tatuado. Inmediatamente, cuatro hombres vestidos de riguroso negro, con similares tatuajes en el cuello, surgieron por los lados del hombre. El primero le propinó tal puñetazo a Ismael que este cayó redondo al suelo. Después de una consecución de honorables golpes, sin intención de matar, le dejaron en paz. Al escritor le dolía hasta el tuétano, pero aquel pequeño incidente no haría que sus merecidas vacaciones como ganador del Edén fueran perturbadas. Renqueando, con la pierna un poco fastidiosa, y aun con legañas en los ojos, se dirigió al destino marcado en el mapa.

A medida que caminaba y la alegría se apoderaba de él sentía menos el dolor. El buen humor comenzó a instalarse en su optimista alma, pues a pesar de los sinsabores de la existencia era un hombre con una innegable actitud positiva. Al llegar al parque observó que en una tarima se celebraba lo que parecía un festival de canto karaokizado. Una pantalla gigante transcribía en inglés y japonés las letras de las canciones; aunque predominaban canciones de estilo J-pop y K-pop, también se podía escuchar las comerciales baladas estadounidenses de los cantantes de moda, y ocasionalmente algún cantante más exótico. Le hubiera gustado acercarse a la tarima y cantar algo delante de toda la gente congregada en el improvisado festival, pero le asustaba sobremanera hablar en público. Se alejó buscando la tranquilidad de un banco de madera. Los cerezos en flor abrían sus pétalos y mecían sus ramas ante la agradable brisa que soplaba. El camino de tierra con pequeñas piedras le conducía hasta un pequeño banquito de madera situado detrás de una fila de hermosas aucubas, unas plantas verdosas de enormes hojas, bien cuidadas que separaban con elegancia el camino de la zona de reposo... Una hermosa japonesa surgió de repente de detrás de las plantas, el pecho blando de la muchacha impactó contra el torso de Ismael y el hombro le propinó un fuerte golpe a la altura del riñón; aunque bajita y de constitución delgada, el inesperado golpe hizo trastabillar al escritor, este perdió el equilibrio y la inercia le envío en dirección contraria, justo contra una homónima fila de arbustos situados al otro lado del sendero. Shitsurei shimasu pronunció la muchacha vehemente con rostro de auténtico arrepentimiento, pero no paró de correr y continuó en dirección hacia el espectáculo de canciones; los hombres trajeados, los mismos que habían asestado una pequeña paliza de bienvenida al escritor, la seguían de cerca. Por suerte para Ismael caído de espaldas, con ramas y hojas por toda la cara, no repararon en su presencia.
«¿Qué chica tan linda? ¿Por qué la perseguirán esos malvados? ¿Serán yakuzas?», al levantarse notó un bulto en el bolsillo de la chaqueta que antes no tenía. Metió la mano y extrajo un colgante. La cadena dorada poseía una bonita piedra azulada encasquetada en medio de una circunferencia plateada. Al incidir los rayos de luz sobre la piedra lanzó destellos hermosos al aire. Guardó la joya de nuevo en el mismo bolsillo y tomó asiento en el ansiado banco de madera oculto del camino principal por la alta fila de aucubas. Observó en derredor, pero ya no había rastro de la chica ni de los yakuzas. La tarima del karaoke quedaba en el limbo de lo suficientemente cerca y lejos, ya que si no prestaba atención podía no escuchar las melodías, pero por otra parte las canciones podían ser escuchadas si así lo deseaba.
Extrajo Groucho y yo, el volumen no muy pesado, arrancaba con una fotografía en portada de un envejecido Julius Henry Marx; bigote blanco, gran puro en los labios y un bocadillo, al más puro estilo de las viñetas de cómic, donde el lector observaba al alter ego de Julius, un Groucho Mark acaramelado con una hermosa mujer que observaba al humorista extasiada. Ismael abrió el libro por la página donde tenía el punto de libro de Smoking Dead, lo situó en la primera página y continuó leyendo; mientras, el cansancio y los recientes sustos comenzaban a realizar mella en los ojos, que a pesar de querer leer, se entornaban con lentitud...

—¿Qué lee? —Una voz socarrona le arrancó de la divertida lectura. Se giró y abrió, tal búho, los ojos en una redondez pasmosa.
Un hombre de complexión delgada, con un inmenso bigote negro rectangular, peinado con una impecable raya en medio del cabello bien almidonada, gafas redondas y de sonrisa pícara le dirigía una mirada traviesa. La boca de Ismael se desencajó, ante él la mismísima visión de Groucho Marx en su máximo esplendor le sonreía. La mudez se apoderó del joven escritor y los ojos, aún abiertos como lo de un búho, observaban incrédulos la aparición.
—Observo, Jovencito; que prefiere estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente.
—No, yo... —Salivó un poco e intentó no parecer tan tonto como se supone que todo buen escritor debe parecer—. Estaba... leyéndole.
El hombrecillo, pues no era muy alto, se acercó con diligencia hasta su lado y tomó asiento.
—¡Qué honor! Pero no me hable de usted, por favor, aunque yo si le trataré así. Buen libro, ciertamente algo vetusto, pero sigue siendo gracioso. ¿Qué ven mis ojos? ¿Y esa cadenita dorada que asoma inquieta en el bolsillo de su chaqueta? Amigo, ¿acaso colecciona joyas de fantasía nipona?
Ismael, quien extrajo con rapidez la joya en su mano, sostuvo entre los dedos pulgar e índice el colgante encontrado después del fortuito choque con la hermosa chica japonesa.
—¿Sabes de quién es?
—Me ofende, por supuesto que lo sé. Yo sé todo lo que sé, menos aquello que no sé. ¡Qué cosas de decirme! —Groucho gruñó alegre y continuó el monólogo—. Pero deberá pagarme para obtener dicha información.
—¿Cuánto debo pagarle?
—¿Cuánto? Me ofende de nuevo, no cuánto, si no ¡cómo!
—¿Cómo? Perdona Groucho, no comprendo. —La cara de Ismael se transfiguró en un antiguo poema del cantar de mio Cid.
—¡Qué juventud tan apocada! No importan los cuántos sino los cómos. ¿Por qué un viejo humorista debería aceptar algo tan ingrato como el dinero? Vil metal que solo ayuda a sucios banqueros, políticos corruptos y prevaricadores jueces. ¡Cómo! ¡Cómo! Empápese bien de ese palabro si desea llegar a ser algo en la vida, aunque algo nunca cayó bien a nadie.
Ismael parpadeó con viveza, una gota de perlado sudor le bajó por la sien y tragó de nuevo saliva.
—Y... —dudó—. ¿Cómo debo pagarle?
—Hete aquí una inteligente cuestión al fin. ¡Hay tantas cosas en la vida más importantes  que el dinero... pero cuestan tanto! ¿Qué es lo que le da miedo, mi entrañable joven compañero?
Tragó saliva y rememoró aquella vez en quinto de EGB -primaria digasemelé- cuando la maestra Antonia Badmilk le hizo salir a la pizarra y le obligó a deletrear la tabla del siete. Se encasquillaba al llegar al siete por ocho... Las risas de la clase completa y la posterior amonestación de la señorita Badmilk le avergonzaron, quizá... más de lo que el paso del tiempo debería haber permitido a un ingeniero hecho y derecho como lo era él.
—Me da miedo... hablar en público.
Groucho propinó una larga calada a su enorme puro y observo -acción que no había dejado de hacer— a Ismael.
—Pues debe cantar Happy Birthday Mr. President de Marilyn Monroe.
—¿Qué? —dijo Ismael en esa simpleza del lenguaje que es el decir.
—¡Qué no, cómo! —gruñó Groucho sin fiereza pero si con cierta irritación—. ¡Cómo! ¿Recuerda?
Ismael negó con la cabeza, un tanto aturdido por intentar seguirle el ritmo a aquella mente tan despierta, pero recobrado del estupor se animó a continuar bajo la atenta observación de la ávida mirada bajo el amparo de aquellas pobladas cejas.
—¿Cómo? —preguntó al fin.
—Bien sencillo, amigo. ¿Observa la lejana tarima del karaoke?
Ismael gesticuló con aquiescencia girando el rostro para observar el no muy lejano espectáculo de luces y canciones.
—Vaya allí... y márquese un buen birthday al estilo Monroe.
—Pero... no puedo. ¡Es mucha vergüenza!
Groucho se levantó del banco, una brisa suave avivó la llama en la punta del puro. Levantó su mano derecha y miró en dirección a la muñeca, con la otra mano repiqueteó con suave insistencia la superficie acristalada del reloj.
—O está muerto o se ha parado mi reloj. —Gruñó de nuevo y con actitud amable extendió la mano en dirección a Ismael que retiró de súbito—. Mejor... La próxima vez que lo vea, recuérdeme no saludarlo.
Dicha esta frase le asestó un duro golpe con su bastón en la cabezota a Ismael, quien se desmayó.
El escritor abrió los ojos de nuevo, su libro Groucho y yo estaba caído en el césped a los pies del banco. A lo lejos, la gente aplaudía a un improvisado cantante, que entregaba el micrófono a una mujer. Guardó el libro en la mochila, cerró la cremallera y caminó en dirección al caldeado ambiente de canciones.

Comenzó a abrirse paso entre la gente, algunos niños, hombres asiáticos, jóvenes, turistas con cámaras fotográficas, preciosas mujeres de ojos rasgados y en ese momento un camión de la cadena Tokyomira aparcó a lado del escenario. Observaba la tarima con cierto pesar, las tripas le hacían ruidos extraños; el malestar, el nerviosismo y el miedo crecían en su interior. No avanzó ni un paso más en dirección a la plataforma. En ese momento, un hombre trajeado de negro señaló el bolsillo de su chaqueta por el que asomaba el dorado colgante. «Mierda con la joyita», murmuró mientras los yakuza se le acercaban con caras de pocos amigos. Comenzó a correr dando empujones entre la gente; un nuevo matón le cortó el paso, retrocedió, pero dos metros más atrás un tercer hampón, también de negro, le cortaba la retirada. Solo quedaba libre el acceso a la escalera en dirección al escenario y, con pasos ágiles, subió los escalones de dos en dos.
La presentadora del evento, una mujer de piel blanca, ojos rasgados, pelo corto, minifalda kawaii, orejeras de gato en el pelo y una inmensa sonrisa en el rostro le entregó el micrófono a Ismael.
—Where are you from? —Le preguntó en un excelente inglés percatándose de la lejanía del recién llegado.
—Yo, esto... —Tragó saliva—. I mean. I am Spanish.
Un alargado ooohhh surgió de algunos gargantas. La presentadora aplaudió con elegancia y dirigió unas frases al público de mayoría japonesa. Algunas risas se escaparon de la boca de los congregados, pero no existía malicia en la broma; después, se giró de nuevo hacia Ismael y le entregó el micrófono.
—What song do you want to sing?
Happy... birth... Happy birthday Mr. President of... —tartamudeó un poco— of Marilyn Monroe.
El rostro de la presentadora realizó una mueca extraña pero en seguida recuperó la sonrisa y levantó el pulgar en dirección al cielo. Le dio la espalda y se alejó a una esquina detrás de las improvisadas cortinas que hacían las veces de bambalina. Con el micrófono en la mano y sudando un mar de gotas saladas, observó las dos salidas del escenario. A cada lado dos trajeados yakuza le observaban con cara de pocos amigos. Dos hampones más estaban situados entre el público. Y tragó saliva.... de nuevo.
La reconocida tonadilla de cumpleaños comenzó a sonar, pero Ismael se quedó congelado en medio de la pista de madera; de su boca no surgía ni una sola palabra. Algunos entre el público comenzaron a señalarle y de nuevo, como años atrás, la ansiedad comenzó a crecer dentro de él. Tragar saliva seguía sin ayudarle a articular palabra. De repente -las cosas raras siempre suceden de repente- un pequeño tumulto se formó a los pies del escenario, la chica que había chocado con él huía de los yakuza situados entre el público. Sin pensárselo, Ismael le tendió una mano, ella la vio y rápido la asió. La chica pesaba poco, un ligero salto y la colosal fuerza de Ismael hizo el resto. La muchacha ya estaba al lado de él en el escenario. Ahora los espectadores no reían, observaban a la pareja sin llegar a comprender que sucedía. La chica se le acercó, posó sus manos sobre las manos de él y, dirigiéndose a la audiencia, pronunció un largo discurso -obviamente en japonés - que arrancó un nuevo ooooohhhhh más largo que el anterior. La música paró y ella, sin soltarle las manos a Ismael, le sonrió. La muchacha le dijo algo en japonés pero él no entendió. Ismael le replicó con una frase en inglés, pero ella tampoco comprendió. Al final, ella gesticuló con sus manos alrededor del cuello, como sosteniendo un colgante. Ismael comprendió al acto, sacó la joya de su bolsillo y se la entregó. Ella la agarró con una gran sonrisa y, sin soltarle de la mano, le susurró al oído: Happy Birthday Mr. President... Entendió que le animaba a cantar juntos. Tragó saliva y acercó el micrófono a la cara de la chica; por su lado la chica sostenía el colgante en alto con una mano y con la otra agarraba el micrófono para situarlo en medio de las caras de ambos. Las palabras Happy Birthday Mr. President surgieron de la voz de Ismael resonando con hermosa armonía con la de la joven. Y desde aquel extraño-onírico-fantasioso día nunca más tuvo miedo de hablar en público.

Epílogo:

En fin... podría narraros que sucedió después de aquel bello canto de Ismael agarrado de la mano con aquella hermosa mujer asiática. También, como narrador omnisciente y omnipresente que soy os podría contar lo que Groucho no contó al bueno de Ismael: que el colgante pertenecía a Mariko, hija del jefe yakuza Mushopego Kehagodayno de Tokyo; sí, estimados, una aburrida historia de mafia japonesa, gánsteres nipones, honorabilidades rotas e hijas despechadas. No entender idiomas es un problema, sobre todo cuando una bella joven japonesa, para poder huir de su padre y de sus secuaces se compromete en público con un desconocido en un evento público. El honor nipón no funciona exactamente como nosotros los occidentales imaginamos, es más sutil, si una hija dice que se casa ante miles de personas, con una cadena de televisión grabando y ofreciendo un presente milenario perteneciente a la familia... pues, eso quiere decir exactamente... eso. La honorabilidad -fuera lo que fuese que estaba en juego- se recuperó e Ismael se vio forzado ante las graciosas circunstancias a contraer nupcias en una bonita ceremonia sintoísta con Mariko. Cabría añadir que todo sucedió ante la atenta vigilancia del padre, el honorable patriarca yakuza Mushopego, que no dejaba de prestar atención a su extraño yerno de ojos redondos.


Quizá, lo más gracioso de todo el asunto, era el chichón que llevaba en la cabeza Ismael y que aún no se le había marchado...

--FIN--

Datos del receptor:
Nombre: Ismael Manzanares
Aficiones: Pasear en soledad, leer
Lugar: Japón
Edad: 41
Trabajo: Ingeniero
Miedo: Hablar en público
     Consigna: Relato de humor en el que aparezca o se mencione a Groucho Marx,


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