lunes, 31 de julio de 2017

Ellas heredaran la tierra

Por María Galerna.

     La Terminal 4 del aeropuerto de Barajas amaneció tranquila. A esa temprana hora pocos eran los usuarios que se desplazaban para tomar algún vuelo.
     Fuera, en el parking, sí había un poco de revuelo, una delegación de científicos estaba llegando. Coches particulares, de alquiler, taxis y alguna moto formaban una pequeña confusión en la entrada del recinto.

—Hola doctor Gómez —saludó uno de los motoristas.
—¡Ah!, hola Pablo —correspondió al saludo un tipo canoso, vestido con traje oscuro al tiempo que bajaba de un Audi a8 azul eléctrico— Comienza la aventura —continuó al tiempo que guiñaba un ojo y levantaba el pulgar de su mano izquierda.

     El resto del grupo, cuatro hombres y dos mujeres, portando maletas y maletines les hicieron señas para que se dieran prisa, había que facturar. El vuelo destino Madrid- New York los esperaba en la pista preparado para despegar en cuanto todos estuvieran a bordo.
     Un avión Boeing 757-200 sería el encargado del vuelo. A pesar de que el aparato tenía capacidad para 169 pasajeros, en ésta ocasión irían solos, cortesía del Pentágono. Habían sido invitados por el general Mattis en persona, mandamás indiscutible de ese organismo.
     
—¡Cuidado! —gritó enojado el doctor Gerardo Palacios, experto bioquímico, al ver cómo trataban los maleteros los arcones congeladores donde portaban las muestras— ¡Inútiles! —murmuró para sí. Pensó que en éste país…
—Tranquilícese
—Ya, ya, Verónica —resopló mientras miraba a la atractiva genetista, la doctora  Valbuena —sabes lo que nos jugamos, es una oportunidad única. Y si le pasa algo a los especimenes, todo habrá sido en vano.
—Todo está en orden, no se preocupe doctor —le dijo mientras apoyaba una mano en su brazo.

     No estarían tan tranquilos si hubieran visto la zona de almacenaje de los equipajes.
     Un aburrido auxiliar de sala les hizo señas para que lo siguieran y los llevó con el resto del grupo.

—Síganme —les dijo con voz monótona— el microbús los llevará hasta su avión. Y señaló hacía la puerta 5.

      En silencio se dirigieron hacia el pasillo que los llevaría hasta el vehículo. El comandante James Mathew y el sobrecargo Miguel Morales, ya estaban a bordo haciendo las comprobaciones de rutina.

—¿Combustible? —Preguntaba el piloto
—Correcto
—¿Luces del tren de aterrizaje?
—Correcto —contestó el copiloto, mirando el panel de control y las tablas indicadoras en el libro.
—Miguel ¿qué tal tu mujer? ¿Y los niños?
—Todos muy bien James, me esperan en New York, aprovecharemos este viaje para tomarnos unas vacaciones ¿Y Linda?
—Lo de Linda pasó a la historia, era muy celosa, voy a ver si intimo con Susan, la nueva auxiliar ¿te has fijado? Está para hacerle un favor —dijo mientras se reía de su propia gracia.

“Les habla el comandante Mathew, la duración del vuelo se estima aproximadamente en unas 7 horas. No se esperan turbulencias. Disfruten del viaje”.

     En la bodega de carga no todo era tranquilidad. Unos ojillos rojos y malignos atisbaban el recinto con curiosidad. Un chisporroteo atrajo la atención del ser agazapado, que con pasitos apenas perceptibles, se dirigió hacia una extraña caja blanca y fría -notó la frialdad al acercarse- que despedía chispas eléctricas. Rodeó la caja con cuidado, le resultaba familiar. Olisqueó, conocía ese olor.
     La esquina del contenedor estaba dañada y dejaba al descubierto una parte de la batería encargada de mantener la temperatura constante a  -24ºC.
Sin pensarlo se dirigió hacia los cables y la piel se le erizó. Empezó a morderlos sin sentir los calambrazos que recibía en cada mordida, hasta que una descarga la lanzó a varios metros de distancia, dejándola aturdida y chamuscada. La sacudida desplazó la caja y todo el cargamento cercano, ocasionando que chocaran entre sí los dos arcones congeladores y que de uno saltara el cierre de seguridad, abriéndose, y dejando a la vista el contenido que se desparramó por el suelo. Hielo y bolsas. Decenas de bolsas, cada una con una rata congelada, envasada  al vacío.

—Pablo
—¿Si, doctor Gómez?
—¿Podrías bajar a la bodega de carga y comprobar que todo está en orden?
—Por supuesto, se lo diré a la asistente de vuelo, tiene que abrirme la puerta

    Pablo, el motero friky, como le llamaban en la facultad, era un experto ingeniero informático y se encargaba de que los sistemas funcionaran como era debido. Se levantó y fue en busca de Susan.
     Los demás miembros del equipo se habían sentado separados unos de otros. Todos con sus portátiles, los auriculares para aislarse aún más si cabe, daban un último repaso a sus notas.
     A pesar de trabajar juntos, la convivencia entre ellos nunca había sido buena, ni fácil, Los celos personales y profesionales estaban siempre presentes.

     Por el pasillo central avanzaba un tipo alto de camisa blanca, arrugada y cara de pocos amigos. Se sentó al lado del doctor Gómez.

—¿Crees que los militares nos darán el dinero para terminar el proyecto? —le preguntó Ricardo Suárez, ingeniero biomédico  mientras lo miraba inquisitivamente.
—Para eso es la reunión, tenemos que mostrarles lo que hemos desarrollado e interesarlos. Si lo conseguimos, no tendremos que suplicar más ayudas a la universidad ni a nadie.
—Espero que tengas razón. Estoy harto de trabajar con esos aparatos tan obsoletos existiendo una tecnología más avanzada y acorde con nuestras necesidades —terminó diciendo mientras se levantaba y volvía a su asiento.

     El doctor Gómez volvió a sumergirse en su portátil, repasando los últimos informes.

“Los sujetos de prueba, diez ratas, han sido sometidas a una inyección de la neurotoxina  MIND-20, obteniendo los resultados esperados.
Se observa en cada una, una creciente actividad mental, que las hace más rápidas e inteligentes, al tiempo que controlables.
Hemos comprobados que las conexiones neuronales cambian cuando se les inyecta la toxina.
No se observan efectos secundarios importantes a corto plazo.
Las investigaciones sobre las aplicaciones que se le puede dar a esta nueva neurotoxina, continúan.
Siguiendo el protocolo del proyecto sólo se conservaran los cerebros, los cuerpos serán incinerados”

     Menos los que llevaban en los arcones, pensó. Les habían pedido expresamente que así fueran, para hacer la extracción in situ
     Estaban en el buen camino. Sólo tenia una duda ¿Cómo se habrían enterado en el Pentágono de sus estudios?

      Las bolsas en la zona de carga se movían, decenas de ratas pugnaban por salir de ellas, medio congeladas aún, roían el plástico con saña.

—Hola… —saludó Juan el friky mientras leía el nombre en la chapa de la chaqueta de la azafata—Susan ¿sería tan amable de enseñarme cómo ir a la bodega de equipaje? Tengo que controlar que todo esté en su sitio.
—Por supuesto, sígame —respondió mientras pensaba que en un vuelo normal no estaría permitido, pero éste era especial. Y no era el primero para el que se presentaba voluntaria. Estaba libre cuando se lo dijeron y suponía un ingreso extra que le venía muy bien. Se dirigió a la compuerta que daba acceso a la parte inferior del avión y tecleó el código de apertura.

      Las ratas campaban a sus anchas por toda la zona, parecían un ejército bien entrenado. Un par de horas antes habían estado muertas y congeladas.
Ahora roían los cables que encontraban y los anclajes de todas las maletas y bultos. Todos los ojillos rojos se dirigieron hacia un mismo lugar cuando oyeron  unos golpeteos tenues y seguidos.

     Juan bajó los peldaños de la escalera despreocupado, silbando y fue lo último que hizo, Decenas de dientes se le clavaron apenas puso un pie en el suelo de la bodega de carga. No le dio tiempo a gritar. Apenas unos instantes y del analista informático sólo quedó la ropa cubriendo sus huesos descarnados.

—Miguel, parpadean algunas luces, hay problemas con alguna conexión, mira los paneles. No debería ocurrir, según los informes pasó la revisión la semana pasada sin incidentes.
      El copiloto se quitó los cascos, se levantó y se dirigió a la pequeña compuerta que había en el suelo donde se ubicaban todos los cables que controlaban la cabina.

—Aquí está todo en bien James. Lo comprobaré con los datos del libro técnico. Si, como dije, todo está correcto.
—Pues algo falla, las luces no dejan de parpadear, tendrás que bajar a la bodega de carga, igual el problema viene de allí. Si no se resuelve, tendremos que valorar si regresamos al punto de partida.

     Susan entró en la zona de servicios, tocaba repartir un refrigerio entre los pasajeros. Preparó el carrito y abrió el frigorífico para sacar las bebidas. Las bandejas de comida estaban ya preparadas.
     Se quitó la chaqueta para estar más cómoda y puso la tarjeta con su nombre sobre la blusa blanca. Doblando la chaqueta, abrió el compartimiento privado que tenían los auxiliares para sus objetos personales y… docenas de ratas se abalanzaron sobre ella, El grito se escuchó por todo el avión, aunque nadie lo oyó, sordos como estaban con los auriculares, pero si vieron… Ratas, montones de ratas saliendo de todas partes. Se quedaron petrificados, cada rata tenía un número impreso en el lomo ¿Cómo era posible? Eran las de sus experimentos, pero estaban muertas cuando las congelaron.
Y ahora habían revivido ¿Cómo? Eso habría nuevas preguntas para futuras investigaciones, que nunca llegarían.
    
     Susan yacía muerta, mordida, con zonas donde faltaban pedazos enteros de carne. Su pecho se movía dando la impresión de respirar.
     En la cabina el comandante Mathew esperaba el regreso de su copiloto. Desconocía que su uniforme hacía compañía a los huesos de uno de los pasajeros.
     Ana Mendizábal, la neuróloga, corrió asustada y se encerró en el aseo. No le sirvió de mucho, La acorralaron y devoraron en cuestión de minutos. Sólo los costosos zapatos de Manolo Blahnik se salvaron.
     El avión se convirtió en un caos, chillidos, sangre, alguna rata pisoteada o aplastada con el portátil y que revivía al instante…
     Y el piloto ajeno a todo, se preguntaba por qué tardaría Miguel y si el asunto era grave ¿Daría la vuelta? Apenas les quedaban dos horas de viaje, mejor sería seguir hasta el aeropuerto más cercano.
     Los instrumentos empezaron a fallar, se encendieron todas las luces de emergencia. El piloto automático, el tren de aterrizaje, el altímetro, la conexión con el satélite, hasta la radio, no se podría comunicar con ninguna torre de control. Oyó un ruido en la puerta de la cabina

—Miguel, ya era hora, estamos jodid…

     El controlador de tierra que seguía el vuelo del Boeing 757-200 dio la alarma al perder la señal en el radar.

    El destrutor US Zumwalt de maniobras por la zona del accidente, fue enviado para comprobar si había supervivientes. No encontraron ninguno, sólo cadáveres flotando que llevaron a bordo del navío. Del avión apenas quedaba rastro, sólo unos fragmentos diseminados en un amplio radio que indicaban que el impacto tuvo que ser terrible.
     Los cuerpos recuperados serían refrigerados y llevados a la base para su posterior repatriación. Ignoraban que venían cargados de huéspedes.


     Alguien dijo alguna vez: “La inmortalidad tiene efectos secundarios”
Esta vez los tendría para la raza humana.


- FIN -

Consigna: (Sin título) ¿Qué sucedería si en un vuelo alguien pidiese una almohada y, cuando una azafata abría el compartimiento para tomar una, muchas ratas saliesen del mismo, saltando sobre ella y mordiéndole la nariz y el cuerpo mientras ella gritaba. Lo asqueroso de la escena forzaba a una persona en primera clase a abrir el compartimiento para tomar la máscara de oxígeno, y del mismo salían más ratas. De todos lados salían ratas. El título de la historia iba a ser “Las ratas están sueltas en el vuelo 74”.

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