Por Juan Carlos Santillán.
La mujer camina apresuradamente por la calle. Es una noche fría. Ella lleva apenas un corto corsé con lentejuelas y una minifalda. Y la peluca. El resonar de sus tacones contra el duro adoquinado acrecienta la sensación de soledad en la oscura calle vacía.
La mujer camina apresuradamente por la calle. Es una noche fría. Ella lleva apenas un corto corsé con lentejuelas y una minifalda. Y la peluca. El resonar de sus tacones contra el duro adoquinado acrecienta la sensación de soledad en la oscura calle vacía.
De pronto, se
oyen pasos. Ella intenta caminar más rápido. Los
pasos se aceleran también. Son varios, lo puede notar. Se quita los tacones y
emprende la carrera.
La
persecución dura poco. Apenas doblar la esquina, cuatro manos intentan
aferrarla. Ella se resiste. La abofetean y la arrojan al piso. La escasa luz
del farol alumbra su rostro aterrorizado, el abundante maquillaje corrido, la
sangre escurriendo de su nariz a la barbilla.
–
¿Por qué la prisa, preciosa?
–
¡Si sólo queremos conversar contigo!
–
¡Déjenme, mierda! ¡O les va a pesar!
–
¡A quién amenazas tú, mierda!
El hombre se
arroja sobre la mujer, propinándole un fuerte puñetazo. Ella, en el suelo, le da
una patada con el talón desnudo en los genitales. El tipo se dobla de dolor,
cayendo de rodillas. Otro se aproxima, furioso.
–
¡Quieto! ¡Si así no se trata a una
dama!–interviene el que parece mandar–. A ver, dinos, polillita: ¿Qué nos va a
pasar?
La mujer se
pasa una mano por el pómulo, que ya empieza a hincharse.
–
¡El Ramiro les va a sacar la mierda a todos!
Carcajadas.
–
Todo el mundo sabe que el Ramiro ya no te
protege, Dulce.
–
¡Tengo uno nuevo!
–
¡Está diciendo cualquier cosa, Costras, hay que
sacarle la mierda!
–
Yo.
El jefe de la
pandilla no ve venir la patada que le muele el abdomen. Ni el gancho al mentón
que termina de derribarlo. Los demás miran, desconcertados por un segundo.
Tiempo suficiente para que la hoja de metal de cuenta de varios de ellos,
cortando cuerpos, miembros, rostros y gargantas.
–
¡Qué mierda! ¿Eso es una espada?
Han
reaccionado tarde. Los cuerpos tirados en charcos de sangre muestran la
crueldad de la masacre. El único que permanece en pie gira sobre sí mismo
varias veces, lanzando miradas de terror a las sombras. Lanza un alarido.
–
¿Quién mierda eres?
Una vuelta más
y se encuentra con el afilado rostro pegado al suyo, observándolo con una
mirada penetrante. El rufián retrocede un paso y lo contempla. Una frente
amplia surcada de arrugas, cejas pobladas, ojos oscuros rodeados de ojeras,
nariz larga y ganchuda, bigote y barba grises.
–
¡Eres un viejo!
La espada le
atraviesa el torso de parte a parte, tan rápidamente que apenas alcanza a
exhalar un suspiro asombrado.
–
¡Más respeto con tus mayores! –escucha decir al
viejo.
Y se
desploma, inerte.
El viejo gira
a ver a la mujer, que lo mira con la boca abierta.
–
¿Se encuentra usted bien, señorita?
–
¡Aléjese de mí, viejo loco!
El viejo la
mira, desconcertado.
–
¡Pero si yo sería incapaz de hacerle daño a una
dama como usted!
–
¡Deje de hablarme así! ¡Dama! ¡Señorita! ¡Como
si no supiera qué soy yo!
–
Sí, lo sé: es una dama. Y una muy bella y
delicada, si me permite decirlo.
Y diciéndolo,
el viejo le tiende una mano nudosa y galante. La mujer lo mira, con mayor
perplejidad, si cabe. Luego mira la mano tendida. Posa su mano. Y permite que
la ayude a levantarse.
–
¿Quién es usted?
–
Me llaman “El caballero de la gallarda figura”.
La mujer
levanta una ceja.
–
¿De verdad alguien lo ha llamado así?
–
Bueno, a decir verdad…
–
Tiene una mirada triste, ¿sabe?
–
La tenía hasta que la contemplé a usted.
–
Y su figura no es muy gallarda que digamos…
–
Es nada ante la presencia de su belleza.
–
No, si tampoco es que sea nada. Que no está
usted para desdeñarlo, tampoco, mi “Caballero de la triste figura”.
–
¡Qué nombre original!
–
¿No le gusta?
–
¿Gustarme? ¡Me encanta, viniendo de usted!
–
Ah, pues eso está bien.
–
¿Y cuál es su gracia?
–
¿Cómo dice?
–
Su nombre, bella dama. Debo saber qué nombre
habré de pronunciar en el momento de agradecer mi inconmensurable dicha al
Creador.
–
Ah, me llamo Pepa. Pero me dicen la Dulce.
–
¡Dulce, Dulcinea!
–
¡No, no, dejémoslo en Dulce, nomás!
–
¡Dulce, como es usted!
Dulce mira al
viejo a los ojos.
–
Me gusta su mirada, gentil caballero.
–
¡Y a mí me subyuga la suya, bella dama!
–
Somos dos solitarios tristes, ¿nos llevaremos
bien?
–
¡De maravillas!
–
Tal vez. Creo que sí.
–
¡Eh, usted, el de la triste figura!
El viejo gira
en redondo con la espada en alto. No ve a nadie, sólo un bulto en la oscuridad.
–
¿Quién vive? ¡Que se muestre!
El robusto
hombre da un par de pasos, colocándose bajo la luz del farol. Es más bien bajo
detalla, de contextura abultada, la barba crecida, mal trajeado. Nada como para
inspirar demasiada confianza.
–
Heme aquí.
–
¿Quién eres, bellaco? ¡Te conmino a decir tu
nombre y apellido!
–
Mi nombre es Sancho. Mi apellido… me lo pienso
cambiar.
Se frota
nerviosamente el vientre.
–
¿Y qué deseas de mí, Sancho?
–
Lo he visto hacer su numerito y, la verdad… ¡me
gusta!
–
¿Cómo dices, bellaco?
–
¡Que es muy impresionante lo que ha hecho,
señor! Pero me parece que necesita usted ayuda, un… “apoyo”, digamos.
–
Agradezco el ofrecimiento. Pero yo me basto
solo, buen hombre.
No acaba el
viejo de decirlo, cuando Sancho lanza un cuchillo que pasa tan cerca de su
rostro que le vuela medio bigote. Desenfunda la espada. Y ve al rufián
desmoronarse junto a él, con el arma en la mano y el cuchillo clavado en el
pecho.
Impresionado,
el viejo levanta la vista hacia Sancho.
–
Eres bueno, ¿cómo dijiste que te llamabas?
jajajajajaja Y esto puede ser el inicio de una bonita amistad.
ResponderEliminarEste relato me ha encantado. Buena narración, buen ritmo. Uso abundante de diálogos, lo cual le da más agilidad, no hay apenas descripciones y todo queda dicho en las palabras de los personajes.
De hecho, me he imaginado una película al leerlo. Y eso es muy bueno, al menos para mi.
Y la burda Dulce, aqui reconvertida a burda meretriz, no desmerece para nada a la auténtica. Los tiempos cambian, y los caballeros y damas, los siguen siendo en base a sus intenciones, no a sus actuaciones.
Bravo, bravísimo al autor/autora!!!