martes, 12 de abril de 2016

Triste Figura

Por Juan Carlos Santillán.

La mujer camina apresuradamente por la calle. Es una noche fría. Ella lleva apenas un corto corsé con lentejuelas y una minifalda. Y la peluca. El resonar de sus tacones contra el duro adoquinado acrecienta la sensación de soledad en la oscura calle vacía.
De pronto, se oyen pasos. Ella intenta caminar más rápido. Los pasos se aceleran también. Son varios, lo puede notar. Se quita los tacones y emprende la carrera.
La persecución dura poco. Apenas doblar la esquina, cuatro manos intentan aferrarla. Ella se resiste. La abofetean y la arrojan al piso. La escasa luz del farol alumbra su rostro aterrorizado, el abundante maquillaje corrido, la sangre escurriendo de su nariz a la barbilla.
        ¿Por qué la prisa, preciosa?
        ¡Si sólo queremos conversar contigo!
        ¡Déjenme, mierda! ¡O les va a pesar!
        ¡A quién amenazas tú, mierda!
El hombre se arroja sobre la mujer, propinándole un fuerte puñetazo. Ella, en el suelo, le da una patada con el talón desnudo en los genitales. El tipo se dobla de dolor, cayendo de rodillas. Otro se aproxima, furioso.
        ¡Quieto! ¡Si así no se trata a una dama!–interviene el que parece mandar–. A ver, dinos, polillita: ¿Qué nos va a pasar?
La mujer se pasa una mano por el pómulo, que ya empieza a hincharse.
        ¡El Ramiro les va a sacar la mierda a todos!
Carcajadas.
        Todo el mundo sabe que el Ramiro ya no te protege, Dulce.
        ¡Tengo uno nuevo!
        ¡Está diciendo cualquier cosa, Costras, hay que sacarle la mierda!
        ¡No, no, si a mí me entretiene! A ver, Dulce: ¿quién es ese nuevo protector tuyo?
        Yo.
El jefe de la pandilla no ve venir la patada que le muele el abdomen. Ni el gancho al mentón que termina de derribarlo. Los demás miran, desconcertados por un segundo. Tiempo suficiente para que la hoja de metal de cuenta de varios de ellos, cortando cuerpos, miembros, rostros y gargantas.
        ¡Qué mierda! ¿Eso es una espada?
Han reaccionado tarde. Los cuerpos tirados en charcos de sangre muestran la crueldad de la masacre. El único que permanece en pie gira sobre sí mismo varias veces, lanzando miradas de terror a las sombras. Lanza un alarido.
        ¿Quién mierda eres?
Una vuelta más y se encuentra con el afilado rostro pegado al suyo, observándolo con una mirada penetrante. El rufián retrocede un paso y lo contempla. Una frente amplia surcada de arrugas, cejas pobladas, ojos oscuros rodeados de ojeras, nariz larga y ganchuda, bigote y barba grises.
        ¡Eres un viejo!
La espada le atraviesa el torso de parte a parte, tan rápidamente que apenas alcanza a exhalar un suspiro asombrado.
        ¡Más respeto con tus mayores! –escucha decir al viejo.
Y se desploma, inerte.
El viejo gira a ver a la mujer, que lo mira con la boca abierta.
        ¿Se encuentra usted bien, señorita?
        ¡Aléjese de mí, viejo loco!
El viejo la mira, desconcertado.
        ¡Pero si yo sería incapaz de hacerle daño a una dama como usted!
        ¡Deje de hablarme así! ¡Dama! ¡Señorita! ¡Como si no supiera qué soy yo!
        Sí, lo sé: es una dama. Y una muy bella y delicada, si me permite decirlo.
Y diciéndolo, el viejo le tiende una mano nudosa y galante. La mujer lo mira, con mayor perplejidad, si cabe. Luego mira la mano tendida. Posa su mano. Y permite que la ayude a levantarse.
        ¿Quién es usted?
        Me llaman “El caballero de la gallarda figura”.
La mujer levanta una ceja.
        ¿De verdad alguien lo ha llamado así?
        Bueno, a decir verdad…
        Tiene una mirada triste, ¿sabe?
        La tenía hasta que la contemplé a usted.
        Y su figura no es muy gallarda que digamos…
        Es nada ante la presencia de su belleza.
        No, si tampoco es que sea nada. Que no está usted para desdeñarlo, tampoco, mi “Caballero de la triste figura”.
        ¡Qué nombre original!
        ¿No le gusta?
        ¿Gustarme? ¡Me encanta, viniendo de usted!
        Ah, pues eso está bien.
        ¿Y cuál es su gracia?
        ¿Cómo dice?
        Su nombre, bella dama. Debo saber qué nombre habré de pronunciar en el momento de agradecer mi inconmensurable dicha al Creador.
        Ah, me llamo Pepa. Pero me dicen la Dulce.
        ¡Dulce, Dulcinea!
        ¡No, no, dejémoslo en Dulce, nomás!
        ¡Dulce, como es usted!
Dulce mira al viejo a los ojos.
        Me gusta su mirada, gentil caballero.
        ¡Y a mí me subyuga la suya, bella dama!
        Somos dos solitarios tristes, ¿nos llevaremos bien?
        ¡De maravillas!
        Tal vez. Creo que sí.
        ¡Eh, usted, el de la triste figura!
El viejo gira en redondo con la espada en alto. No ve a nadie, sólo un bulto en la oscuridad.
        ¿Quién vive? ¡Que se muestre!
El robusto hombre da un par de pasos, colocándose bajo la luz del farol. Es más bien bajo detalla, de contextura abultada, la barba crecida, mal trajeado. Nada como para inspirar demasiada confianza.
        Heme aquí.
        ¿Quién eres, bellaco? ¡Te conmino a decir tu nombre y apellido!
        Mi nombre es Sancho. Mi apellido… me lo pienso cambiar.
Se frota nerviosamente el vientre.
        ¿Y qué deseas de mí, Sancho?
        Lo he visto hacer su numerito y, la verdad… ¡me gusta!
        ¿Cómo dices, bellaco?
        ¡Que es muy impresionante lo que ha hecho, señor! Pero me parece que necesita usted ayuda, un… “apoyo”, digamos.
        Agradezco el ofrecimiento. Pero yo me basto solo, buen hombre.
No acaba el viejo de decirlo, cuando Sancho lanza un cuchillo que pasa tan cerca de su rostro que le vuela medio bigote. Desenfunda la espada. Y ve al rufián desmoronarse junto a él, con el arma en la mano y el cuchillo clavado en el pecho.
Impresionado, el viejo levanta la vista hacia Sancho.

        Eres bueno, ¿cómo dijiste que te llamabas?

1 comentario:

  1. jajajajajaja Y esto puede ser el inicio de una bonita amistad.

    Este relato me ha encantado. Buena narración, buen ritmo. Uso abundante de diálogos, lo cual le da más agilidad, no hay apenas descripciones y todo queda dicho en las palabras de los personajes.

    De hecho, me he imaginado una película al leerlo. Y eso es muy bueno, al menos para mi.

    Y la burda Dulce, aqui reconvertida a burda meretriz, no desmerece para nada a la auténtica. Los tiempos cambian, y los caballeros y damas, los siguen siendo en base a sus intenciones, no a sus actuaciones.

    Bravo, bravísimo al autor/autora!!!

    ResponderEliminar