sábado, 27 de junio de 2015

Donde la eternidad huele a rosas


Por Luis Seijas.


En lo más alto de la torre, Roland despierta y me ve. Su ropa sucia y descosida, las botas cubiertas con manchas granate y desgastadas en las puntas, dan fe de lo que las batallas, tanto ganadas como perdidas, pueden hacer de un hombre. Observo todo eso y lo que siento es respeto y  admiración hacia él.
—Largos días y placenteras noches, sai—me saluda aturdido aún.
—Y que veáis el doble, pistolero —le contesto y hago una pequeña reverencia.    
Se levanta del catre con muestras de cansancio y dolor a pesar de haber dormido desde que llegó, hace ocho días. El olor a rosas se aviva al acercarse a la ventana y observa como el sol se pone en el horizonte. Disfruta el momento sin saber que ese mismo ocaso, es la ilusión repetitiva de su destino.
—Llegaste hace ocho días, pistolero.  
Se volvió al escuchar mi voz.
Espero sentado, con mi espalda apoyada en la puerta, la primera pregunta. Siempre es así: Dos preguntas y dos respuestas.
—¿Y tú desde cuándo estáis aquí? 
—No lo recuerdo. Pero si sé para qué… y es para decirte que los mundos se seguirán moviendo  y que la única forma de salir es saltando por esa ventana.
El pistolero vio de nuevo hacia la ventana, para luego acercarse y sentarse en el piso frente a mí. Envuelve un cigarrillo y lo enciende.
—¿Tenéis tiempo, para escuchar mi historia? —Me pregunta luego de soltar una bocanada de humo.
—Tiempo es lo que me sobra aquí, pistolero —Le contesto guiñándole un ojo.
Y me cuenta todo sobre el amor, la amistad, las balas, la sangre y sobre todo el destino. Al terminar su relato se levanta, camina hacia la ventana y salta.
*************
Así es como Roland, cada ocho días me relata su historia. No me canso de escucharla ni de disfrutar este olor a rosas.
Quizás un día salte también y sienta la arena caliente en mis pies.

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