domingo, 5 de octubre de 2014

La Crónica

Por Muriel Menéndez.

    Era la octava noche seguida en la que algo me despertaba y me desvelaba durante unas horas. Al despertar mi corazón latía con rapidez, al igual que la respiración. Las primeras noches pensaba que tenía que haber tenido una pesadilla y de ahí ese brusco despertar, pero tantas noches seguidas teniendo pesadillas no tenía ningún sentido. Llevaba una vida tranquila, normal, sin ninguna preocupación en particular por lo que no conseguía razonar ese mal sueño.
Empecé a tomar tilas un rato antes de dormir. Esto solo lograba que me durmiera antes y quizás más profundamente, pero aún así, de madrugada algo hacía saltar a mi cerebro de un brinco.
Esa noche decidí quedarme despierta, con la intención de averiguar qué era lo que me despertaba, si la llegada de un vecino, una televisión, un coche que recogía o soltaba a alguien y pitaba al llegar… algo, lo que fuese. Tenía que ser algo.
Y efectivamente algo pasó. No puedo describirlo con gran exactitud, lo que cuente, de seguro que no va quedar claro. Esa noche, después de cenar me puse a leer en mi habitación. Al cabo de un par de horas estaba que me moría de sueño pero tenía que aguantar. Fui a la cocina y me preparé un café solo doble, necesitaba estar despierta si o si. Un rato después conseguí tener los ojos como platos y volver a mi lectura. Fue entonces cuando un silencio absoluto invadió la habitación. No es que antes hubiese ruidos, era más bien como si el sonido ambiente se hubiese apagado. Es difícil de explicar. Sentí frío y mi corazón empezó a latir con rapidez. Era como si todo se hubiese parado, como si el mismo tiempo hubiese cesado, o si la Tierra hubiera dejado de rotar.
Me levanté de la cama pero muy despacio. No a propósito, ni tampoco porque me costara trabajo físico. Era más bien como si fuera a cámara lenta. Entonces vi las motitas de luz. Estaban a la izquierda, siempre estaban a la izquierda, quedando siempre en la parte periférica de mi visión. Aunque quisiera seguirla para centrar mi mirada en ella, era imposible. Era parecido a las motas negras de humor vítreo que en ocasiones se tiene. Pero en vez de motas estaba esa bola de luz. Pensé que aunque pareciera un problema de visión debía de seguirla como pudiera. Levanté mi mano e intenté atraparla una y otra vez, mientras andaba por la casa, pero no la alcanzaba. Y entonces el pecho empezó a dolerme de forma intensa, casi no podía moverme. Debía volver al cuarto, tumbarme y llamar a una ambulancia. La presión cada vez era mayor y fue aun a más cuando abrí la puerta de mi habitación, y desde ahí lo vi. Mi cuerpo estaba tumbado en mi cama. Un par de seres oscuros estaban sobre él, vaya, sobre mi cuerpo. Pero no era, no debía de ser yo. Yo seguía en el umbral de la puerta. Los seres parecían discutir y acariciaban, con lo que equivalía a sus manos, el pecho de mi cuerpo. Uno de ellos sacó de entre sus ropajes un reloj de bolsillo y el otro pareció aun enfadarse más. Y entonces me vieron. El que estaba más enfadado fue a por mí, pero el otro lo agarró, le puso el reloj en el rostro y tras una última mirada hubo un gran destello de luz y los seres desaparecieron. Mi pecho iba a reventar de dolor. Fui hasta mi cuerpo. Era una sensación muy escalofriante el verme ahí tumbada. Puse la mano sobre el pecho de mi cuerpo y me incorporé. Mi cuerpo y yo volvíamos a ser uno. El dolor del pecho se había pasado pero latía muy deprisa, como nunca y me costaba trabajo respirar. Era como haber conseguido salir de una gran zambullida.
De nuevo me encontraba en la misma situación. Quizás me quedase dormida y todo fuera un sueño, pero había sido algo tan tan real…El sonido ambiental, por así decirlo, había vuelto y decidí echarme a dormir lo que quedaba de noche ya que estaba completamente agotada.
Al día siguiente desperté tremendamente cansada. Tras una ducha fría, fui a desayunar a un bar cercano para despejarme un poco y así salir un rato de casa. Recuperé más o menos las energías y el resto del día fue normal. Le conté por teléfono la experiencia/sueño a Rebeca, mi prima y mejor amiga, ella tuvo la idea de quedarse a pasar la noche conmigo. Mi prima pensaba que había sido todo un sueño. Y que al quedarse ella conmigo podría dormir mejor. Pero se equivocaba.
Rebeca llegó a eso de las 10 de la noche a mi casa con la publicidad del nuevo restaurante chino de al final de la calle. Pedimos un montón de platos y estuvimos viendo “The Big Band Theory” (la sería de risa) hasta bien tarde.
Para dormir montamos “una acampada” en el salón. Tiramos un par de colchones en el suelo y saqué un montón de mantas para abrigarnos bien, había refrescado bastante. Charlamos hasta tarde de distintas chorradas hasta que finalmente nos pudo el sueño.
Rebeca comenzó a roncar en menos de cinco minutos y yo comencé a cabecear. Seguramente sería por los nervios, por si volvía a pasar algo, pero por muy cansada que me encontraba no podía dormir. Hasta que de pronto volvió a suceder. El silencio invadió el salón, mi corazón latía con gran rapidez y mis movimientos eran tremendamente lentos. Fui a levantarme y vi la luz. No quería seguirla, pero no pude evitarlo. Me levanté y fui tras ella. Al llegar al pasillo miré hacia atrás. De nuevo, mi cuerpo estaba sobre el colchón. Y Rebeca brillaba como la luz a la que perseguía. Intenté llamarla pero no conseguía reproducir sonido alguno. De la nada, detrás de nuestros colchones, una forma negra del tamaño de una pelota apareció flotando. Era viscosa como el alquitrán. Y poco a poco iba creciendo, rotando sobre sí mismo y soltando chigates de esa sustancia asquerosa. Y empezó a formarse otra igual. Cuando tuvieron un tamaño considerable supe que eran esas criaturas. Grité el nombre de Rebeca una y otra vez, de nuevo en vano. Las criaturas terminaron de formarse y se pusieron sobre mi cuerpo. Alzaron la vista y vieron a Rebeca. El que parecía más violento se acercó a ella y la tocó. La luz que tenía Rebeca se fue apagando, titilando como una vela casi consumida. El otro ser dio un paso hacia mí, sacó de sus túnicas un trozo de papel, escribió algo en él y me lo tiró. Lo abrí y aunque no estaba escrito con letras pude leerlo:

“Nos debes nueve, ocho con ella.
Si quieres volver no te levantes mañana.
Espéranos tumbada o tomaremos los ocho como nos plazca.”

Después de leer la nota volví a mirar a Rebeca y su cuerpo no desprendía luz ninguna. El ser que estaba con ella se había retirado y aunque no podía verle la cara supe que sonreía. Ambos seres se miraron y con un gran destello volvieron a desaparecer. El corazón volvía a dolerme. Fui hasta mi cuerpo y lo toqué, despertándome en él. Mi corazón latía y me costaba mucho más trabajo respirar. Me levanté y fui a despertar a Rebeca que ya no roncaba… ni respiraba. La zarandeé gritando su nombre una y otra vez, pero no se movía y yo ya sabía que no se iba mover. Llamé a una ambulancia la cual solo pudo llevarla al tanatorio. Pasé el día entero en la sala que nos habían proporcionado para recibir el pésame de los distintos familiares y amigos que iban llegando.
Al llegar la noche volví a mi casa y me dispuse a escribir esta carta, en la cual quiero dejar constancia de lo ocurrido. Mañana será el entierro de Rebeca, y un amigo vendrá a recogerme a casa. Le he dado una copia de las llaves con la escusa de que el timbre no funciona, y con la esperanza de que si no despierto mañana me encuentre, y encuentre esta carta.
Perdóname Héctor por no habértelo contado, pero si encuentras esto significa que hice bien en ocultarlo, sino, estaría como yo ahora.
No sé cómo se deben escribir este tipo de cartas de despedida. Pero me gustaría que nadie se sienta triste u ofendido si piensa que debería nombrarlo aquí en estas últimas líneas y no es así.
Con afecto y paz.
Victoria Guzmán Garrido

PERIÓDICO EL MUNDO
ESQUELAS DE LA SEMANA 15-12-2014 A 21-12-2014
Roberto Jiménez Ortiz
Macarena López Ayala
Rebeca García Garrido
Victoria Guzmán Garrido.
D.E.P.


FIN


Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar, inédita, escrita especialmente para el torneo.


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