lunes, 27 de octubre de 2014

El atleta

Por Vanesa Ian.

Ramiro se consideraba un chico normal, del montón, uno más en la gran urbe que era la escuela. Claro, que los demás, no lo veían de ese modo; para los demás era Skeletor, Fideo, Radiografía, Patas de tero, Alambre, y cuanto sobrenombre imaginen. Siempre fue muy buen alumno, destacaba en materias como literatura, le encantaba leer y, en los recreos, podía vérselo en el rincón más alejado siempre con un libro en la mano. No tenía amigos, sus únicos amigos eran los libros. Era un buen muchacho, un poco retraído, nunca se metía con nadie, pero bueno… después de tanto tiempo de bromas pesadas, golpes y bullying continuos, la palabra “bueno” resulta bastante efímera.
Jamás disfrutó de ninguna clase de educación física, si bien él era bastante atlético y corría como si se lo llevara el mismo demonio, los deportes de equipo no eran lo suyo. Odiaba con toda su alma los días en que había fútbol; él podría ser muy veloz, pero era pésimo en ese deporte, por lo que siempre terminaba en el arco, y no por buen arquero, todo lo contrario, pero en algún puesto tenían que ubicarlo, aunque el mismo entrenador se riera de él a sus espaldas. En ese momento de la clase, era llamado Clemente*. Detestaba ese apodo, cada vez que era llamado así, se veía gritándoles en la cara a sus verdugos: ¡Dejá que te ponga una mano encima, hijo de puta! ¡A ver si me podés seguir diciendo Clemente! Claro, eso solo ocurría en sus fantasías más secretas, pero como lo disfrutaba…
El día que se jugó el torneo intercolegial, su equipo competía con un curso del turno tarde. Ese día fue histórico y también lo hubiera sido el castigo recibido de manos de sus compañeros, si la suerte no lo hubiera acompañado. Perdieron vergonzosamente, el marcador indicaba la derrota diciendo: 9-1. El pobre de Ramiro sabía lo que le esperaba, por eso, cuando terminó el partido, no fue directamente al vestuario. Rodeó el campo de deportes de la escuela y se quedó un rato bajo las gradas del lado oeste. Se tiró sobre un montículo de hojas secas y pensó: Si me agarran ahora me matan, si logro ocultarme hasta la noche, quizás mañana se olviden o se les pase un poco, no tienen mucho cerebro que digamos y para lo único que sirven es para correr como simios tras un objeto esférico o para alentar a otros once monos que hacen lo mismo que ellos, pero que juntan el dinero con palas. Si logro quedarme aquí sin que me descubran, por la noche saltaré la reja y me iré a casa.
Al rato, empezó a dormitar y soñó. Era un sueño de observación, en él se veía a si mismo corriendo como un rayo en la pista de atletismo, sus verdugos iban tras él, pero nunca podían alcanzarlo. Hasta a Alexis, que era el mejor de todos y siempre se llevaba los elogios del entrenador, le sacaba diez metros como mínimo. Cuando estaba por cruzar la línea de llegada, un sacudón fuerte lo despertó y lo primero que vio, fue la horrible cara de Marcelo, el peor de todos.
—¡Acá está Clemente, chicos! —gritó— Y ahora vas a ver lo que es bueno, manco de mierda.
Lo tenía agarrado por los brazos, cuando Ramiro giró su cabeza, vio que venían siete u ocho de sus compañeros hacia donde él estaba. Venían como buitres. Sintió miedo, entonces hizo lo único que se le ocurrió.
—¡Entrenador, aquí! —gritó mintiendo.
—¿Pero dónde…?
Aprovechó la confusión de su agresor, soltó sus manos y lo golpeó en la cara. Era un golpe mal dado, un golpe de nenita, pero sirvió. Se zafó y empezó a correr.

*Clemente es un personaje de historieta argentino que carece de brazos.
 
Bordeó las gradas y atravesó el campo de deportes como un animal desbocado. Corrió como alma que lleva el diablo, mientras la poca gente que quedaba lo miraba extrañada, entre ellos, estaba el entrenador.
El entrenador, que no era ningún tonto, sabía lo que pasaba. Según él, había cosas que había que dejarlas tal cual estaban, eran el balance perfecto dentro de una institución. Hasta los animales tenían la misma conducta, siempre el más fuerte, se aprovechaba del más débil. Claro, que cuando las cosas pasaban de castaño claro a castaño oscuro, ahí es cuando dejaba de hacer la vista gorda y una luz de alarma se encendía en su interior. No iba a permitir que pasaran de las habituales bromas a los golpes físicos, los golpes que contaban, para él, solo eran los psicológicos y hasta creía, en lo más profundo de ser, que eran beneficiosos; a la larga endurecían el carácter y formaban a las personas, en particular, ese tipo de personas, con tan poca actitud y que vivían encerrados entre las páginas de un libro. Pero no iba a dejar que pusieran en duda su condición de entrenador, si querían lastimarlo, que lo hicieran afuera, no adentro de la escuela. Hasta acá habían llegado, ver a un chico correr de esa forma anta la vista del rector, no se podía permitir.
Al otro día Ramiro puso el despertador más temprano, quería llegar a la escuela antes que sus agresores, menuda sorpresa se llevó, cuando en los escalones de la entrada, estaba el entrenador y con cara de pocos amigos.
—Buen día, entrenador —saludó.
—Hola Ramiro, te estaba esperando a vos —contestó.
—¿A mí?
—Sí, hijo. Vamos a mí oficina.
Los peores presentimientos rondaban por la cabeza de Ramiro, jamás en su vida esperó lo que a continuación le dijo el entrenador.
—Te vi ayer como corrías, me sorprendiste —dijo.
—Lo que pasa entrenador, es que ayer ehh —titubeó Ramiro.
—Nada de eso, Ramiro —se apresuró a decir el entrenador, moviendo sus manos en un gesto de darle poca importancia—. Lo que quiero decirte, es que el año que viene, esta escuela incorporará el atletismo en su currícula y me interesaría mucho incluirte. Podría prepararte lo que resta de este año y podrías estar compitiendo el año que viene ¿qué te parece?
Ramiro estaba estupefacto, por fin se sacaría de encima a esos malditos, era un sueño hecho realidad. Recordó vagamente el sueño que había tenido la tarde anterior, mientras se escondía.
—Puedo esperar a que lo pienses, hijo. Pero permitime decirte que sería la mejor decisión que podrías tomar —concluyó ansioso.
—Sí, ehh entrenador, me gustaría mucho, lo único ehhh, es que nunca me preparé, yo siempre corrí rápido.
—No te preocupes por eso, yo te prepararía con mucho gusto Ramiro, ¿qué hago, entonces? ¿te anoto para el año que viene?
—Sí, gracias entrenador, en esta, no lo defraudaré…espero —contestó con una sonrisa.
—No lo harás, hijo.
Se sentía feliz, nunca pensó que él entrenador podría llegar a pensar en él como un deportista, sabía que era veloz, pero jamás pensó que serviría para un deporte; el único deporte que había practicado en su vida, era huir para que no lo maten ¿y qué había hecho él para merecer eso? No lo sabía. Era el loser de toda la escuela y siempre lo había sido, como si nacer con cara de rata ahogada y cuerpo de lombriz, hubiese sido su elección. En las únicas competencias que había asistido y ganado siempre, eran las de ortografía, gramática y literatura. Lo raro era esto, muy raro.
Estuvo toda la mañana queriendo hacer correr al reloj, no veía la hora de llegar a su casa para contárselo a sus padres. En cada recreo se iba a la biblioteca, ahí pasaba sus ratos más mágicos, pero esta vez solo lo hizo para ocultarse de sus compañeros; igual, no se podía concentrar en la lectura, en su cabeza solo había una palabra, ATLETISMO, y así la veía, en mayúsculas; eso también era algo nuevo para él. Cuando sonó el timbre de salida fue el primero en salir. Corrió hasta su casa, que quedaba a unas diez cuadras y se tomó el tiempo, nada mal, pensó. Cuando lo contó a su familia y vio la cara de felicidad de su padre, supo que había hecho lo correcto. Nunca en su vida había tomado una decisión, sin antes consultarla con sus padres, esta era la primera. Libre albedrío, pensó saboreando cada letra, hermosas palabras.
El tiempo siguió su curso y Ramiro comenzó con el entrenamiento. Eran unos pocos, solo unos cinco chicos de cursos mezclados, a nadie le gustaba la idea del sacrificio en sí mismo y eso era el atletismo, sacrificio. No había un equipo ganador, solo dependías de vos mismo, no había tampoco a quien culpar, todo dependía de uno. Para el solitario y freak de Ramiro, eso era lo ideal. El entrenador le enseñó como alimentarse y como respirar; su cuerpo comenzó a cambiar y descubrió músculos que no creía que existieran dentro de él.
Terminó el año escolar y Ramiro siguió entrenando. Nada podía hacer que pare, ni siquiera su madre, cuando le preguntó si no creía que había bajado un poco sus notas por dedicarle demasiado tiempo al deporte. Él, realmente disfrutaba de esto. Pero de lo que más disfrutaba, era ver la cara de odio de sus compañeros cuando corrió la primera competencia, y ganó. Cuando empezara el siguiente año correría para las nacionales y se había propuesto ser el mejor, no de su escuela, sino del país. En los pasillos ya nadie lo molestaba ni usaba alias infames para él, pasó de ser Clemente a ser llamado “Bolt”, como el mejor atleta olímpico.
Como todo perdedor nato, Ramiro menospreció a sus enemigos. Creyó que ahora, que ya no les estorbaba en sus partidos de fútbol, no le tendrían tanta bronca y hasta esperó que lo felicitaran, después de todo, él era igual que ellos, un deportista. Nunca siquiera supuso, que se estaban reuniendo, en ese mismo momento, en el galpón del padre de Marcelo. Ahí había grandes cantidades de fibra de vidrio, que Don Arrnaldo usaba como material aislante en su trabajo.
El grupo nefasto, con Marcelo a la cabeza, fueron a las dos de la tarde, cuando Don Arnaldo dormía la siesta. Marcelo se calzó los guantes y robó una buena cantidad de fibra de vidrio, la que colocó en una caja con sumo cuidado.
De ahí se fueron hasta la casa de Alexis a ver videos tutoriales de internet. La idea se le ocurrió a Marcelo viendo pavadas por la web.
—¿Vieron? Esto no puede fallar —dijo Marcelo, mientras miraban absortos el video.
—¿No te parece que será demasiado? ¿y si en vez de hacerlo nosotros lo compramos en la tienda de chascos? —preguntó Martín, ya no le estaba gustando nada lo que veía, ya pasaba de la simple broma para él.
—No —dijo rotundamente Marcelo—, el de la tienda de chascos es para nenitos, no le hará nada.
—¿Y si lo lastima? Ahí dice que ese material es peligroso.
—¿Y si lo lastima? —se burló Marcelo con voz de falsete— si lo lastima mejor, Martín.
Y se pusieron manos a la obra.
La maravillosa idea de Marcelo, consistía en ponerle polvos picapica en las zapatillas de Ramiro, el día que corriera para las nacionales. No el de la tienda de chascos, que era para nenitos y solo picaba un poco; el del tutorial de internet era mejor, ese prometía escozor, dermatitis y gran irritación; con ese, abandonaría la carrera.
Llegó el día de las competencias nacionales, y Ramiro, que se había preparado durante meses, sentía una gran tranquilidad. Sabía que su promedio de tiempo era el mejor de todos los demás competidores, sabía que ganaría. Un gran abanico de posibilidades se abría ante él, su meta, ahora, eran las olimpíadas. Soñaba en grande, ¿y quién podía juzgarlo?, pasó de ser el nerd y el perdedor, a ser la promesa de la escuela y todos lo respetaban, hasta algunas chicas querían estar con él, y eso ya era lo máximo.
Llegaron al circuito, su padre, su madre y él. Después de muchos besos de su madre y de deseos de suerte de su padre, Ramiro, con su bolso deportivo, fue a cambiarse al vestuario, mientras sus padres ocupaban el primer lugar en las gradas. El vestuario era un caos, sacó toda su ropa y las zapatillas y empezó a vestirse. En eso, entraron Marcelo y su grupo. Lo rodearon todos y fue Alexis el encargado de hablar.
—Vinimos a desearte suerte Ramiro, ¿sin rencores?, ahora nos representas a todos, seamos amigos.
—Gracias chicos no los voy a defraudar, ya van a ver —contestó Ramiro en un éxtasis de felicidad.
            Le dieron todos la mano y se fueron a ocupar un lugar en las gradas. Nadie vio, que mientras rodeaban a Ramiro y hablaban con él, Marcelo se agachó y puso los polvos picapica dentro de las zapatillas. Llegó el entrenador y les dijo a todos que se apuraran, solo tenían cinco minutos.
Cuando se acomodó en su carril de largada, Ramiro saludó a sus padres y a sus amigos de la escuela que habían ido a verlo. Sintió un a ligera picazón en sus pies, pero no le dio importancia, solo nervios, pensó. Y largaron…
Ramiro sacó rápidamente una gran ventaja, su ritmo era muy bueno, daba gusto verlo correr. Pero algo andaba mal, sus pies, que habían empezado picándole solo un poco, ahora le estaban ardiendo mucho, no lo dejaban concentrarse en la carrera. Después comenzaron a quemarle, casi podía imaginar volutas de humo saliendo de sus zapatillas. En ese momento, trastabilló un poco y casi cae, perdió algo de ventaja pero continuó. Su mente era un torbellino, quería parar pero no se lo permitió, ahí fue cuando creyó entender lo que había pasado. Un odio profundo se apoderó de él, y cuando sintió que más adrenalina era segregada por su cuerpo, le dio la bienvenida y la usó para seguir. Ahora era una máquina sin sentimientos, llegaría a la meta y ganaría aunque tenga que hacerlo con dos muñones. Recordó vagamente un libro que había leído hacía unos años, “La larga marcha”, al lado de eso, pensó, esto no es nada. Y siguió a pesar que ya sentía los pies mojados y no creía que fuese sudor. Estaba seguro de que era sangre y él estaba chapoteando en ella. Quedaban los últimos cien metros y aunque Ramiro sintió que eran mil, siguió... Ya sentía el aliento de su competidor tras él, no estaba cansado, solo eran sus pies lo que lo estaban matando, trató de no pensar en ellos. El libre albedrío es una puta trampa, pensó. Cuando vio que la meta se acercaba, un segundo aire llegó a él y corrió desbocado, como lo había hecho el año anterior, para escapar de sus verdugos. Cruzó la meta, como alma que lleva el diablo… y ganó.
Al día siguiente salió en todos los diarios de país, no solo por haber ganado las nacionales, sino también, por su gran hazaña. En uno de ellos decía: Atleta gana la competencia a pesar de cruel broma jugada por sus compañeros, los ocho bromistas terminaron expulsados.
Ahora Ramiro sigue entrenando, su próximo objetivo son las olimpíadas y sus libros siguen con él; cuando relee uno, es como reencontrarse con viejos amigos. A veces, solo a veces, el mundo gira y da una vuelta en favor de chicos como Ramiro. A veces, los astros se alinean, le guiñan un ojo al universo y una buena estrella acompaña el camino de un perdedor, solo a veces.


– FIN –


Consigna: escribir un relato que transcurra en el ámbito deportivo, con el deporte elegido como base principal.


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