jueves, 27 de diciembre de 2012

Los Reyes caídos

Huyendo del rey Herodes

La virgen va caminando
huyendo del rey Herodes.
Por el camino ha pasado
hambres fríos y dolores.



Y al niño lo lleva con grande cuidado
porque el rey Herodes,
porque el rey Herodes,
porque el rey herodes quiere degollarlo. *coro



Huyendo de Herodes
La virgen va caminando
huyendo del rey Herodes.
Por el camino ha pasado
hambres fríos y dolores.



*coro

Huyendo de Herodes
La virgen va caminando
huyendo del rey Herodes.
Por el camino ha pasado
hambres fríos y dolores.


*coro

Por Joaquim Mateu Bartroli.


La sangre cae a borbotones. Con un espasmo, mitad placer, mitad regocijo, el hombre desliza el cuerpo, ya cadáver, de su victima hasta el suelo. Con un pañuelo limpia su cuchillo y se lo queda mirando.
- Es increíble el apego que tenemos a algunas cosas mundanas. Este cuchillo, por ejemplo. Es un buen cuchillo, tal vez más afilado que lo normal. Pero está viejo y gastado. ¡Aun así iría al mismísimo infierno a buscarlo!
Sonríe mientras se lo guarda dentro del abrigo y gira sobre sus tacones, abandonando el callejón oscuro mientras el cuerpo tiñe de rojo la nieve del suelo. El asesino canturrea un viejo villancico, como completamente ajeno a lo que ha sucedido instantes antes, un acto atroz cometido con sus manos.
- ¡Me encanta la Navidad! – exclama con alegría. 
Mientras, en otra parte de la ciudad, otro hombre, sin tener ni idea de lo que acaba de ocurrir, anda por la calle, como vagando sin saber exactamente dónde ir. Parece triste. Estas fechas le ponen triste. Le recuerdan a unos hechos sucedidos hace años, cuando él era un niño pequeño, un recién nacido. Sus padres siempre le dijeron la suerte que tubo, y que no desaprovechara su vida, que le habían dado una oportunidad y que tendría que hacer algo importante en su vida. Pero nunca supo el qué. Nunca quiso seguir en el negocio de marquetería, ni montar un aserradero, o una tienda de ebanistería. Quería hacer algo grande, porque era lo que le habían inculcado, pero seguía sin encontrar su sitio en el mundo. Un mundo cambiante, dónde no sentía que encajara. Su visión de las cosas le había acarreado muchos problemas a lo largo de su vida. Se encontraba perdido, solo. Y no tenía ni idea de lo que le iba a ocurrir en breve.
El tacto del cuchillo en su bolsillo le reconforta. El hombre anda con paso seguro. Se siente fuerte, seguro de si mismo. Y le encanta lo que acaba de hacer. Si bien ya no era como antaño. A veces, en las noches en las que no puede encontrar una víctima, le gusta rememorar sus grandes gestas, sobre todo una acaecida hace muchos años. Eso fue lo que le catapultó a la fama. Lo que le dio a conocer a todo el mundo. Y fue muy listo para que no lo atraparan. Las principales cadenas de noticies se hicieron eco del terrible acontecimiento. Ni él mismo se había creído capaz de hacerlo. Todos esos niños... La prensa fue muy dura con él. Y aun en estos días se sigue recordando lo ocurrido. Pero él sabe que había algo que le faltaba. No pudo matar a todos los niños. Uno se le escapó. No sabe como fue, pero le quedaba una víctima pendiente. Y durante todos estos años la ha estado buscando. Pero nunca era la siguiente. Nunca la sangre derramada conseguía saciar su sed. Nunca el cuerpo inerte era la que encajaba en su rompecabezas. Y seguía buscando, día tras día, año tras año. Tenía que encontrar a la víctima perfecta. A la víctima que cerrara el circulo y por fin pudiera descansar en paz.
La noche va avanzando. El hombre pasa por delante de un centro comercial y oye un villancico “Por el camino ha pasado / hambre fríos y dolores / Y al niño lo lleva con grande cuidado...” Le gusta esa canción.
El otro hombre también sigue andando, avanzando entre el ocaso del día y el nacimiento de la noche. Y se acerca al mismo centro comercial donde está el otro hombre. Tal vez atraído por algo. Tal vez casualidad o suerte macabra es lo que hace que esos dos hombres se encuentren, cara a cara.
El asesino se lo queda mirando. Y sonríe. ¡Por fin! Piensa para sus adentros. El otro hombre se para, al sentirse observado. Y mira al hombre que lo está mirando. Sólo ve a un viejo, un hombre ya mayor que esboza una sonrisa, que le clava la mirada y que se mete la mano en el bolsillo.
- ¿Qué quiere? - le pregunta el joven. No le gusta nada como le mira.
- No te acuerdas de mi, claro. ¿Cuanto ha pasado? ¿Veinticinco, treinta años? Pero al fin te he encontrado. Sabía que tarde o temprano tendría que ocurrir. ¡Y por fin podré descansar!
- ¿De que habla? - le responde el joven. No entiende nada, no sabe quien es ese hombre mayor que lo mira tan fijamente, pero algo en su interior le dice que sí que lo sabe.
El viejo permanece callado unos segundos, como saboreando ese momento, degustando y disfrutando cada instante.
- Ya lo sabes – dice el viejo, sonriendo mientras acaricia su cuchillo dentro del bolsillo. - Vamos Jesús, ya ha llegado Herodes...



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