miércoles, 18 de abril de 2012

¡Arreglo zapatos!


Por Wiliam Zelada.


-Arreglo zapatooooooos- Gritaba Don Agustín cada mañana bajo el sol sofocante del verano.
Cada día recorría las calles de la ciudad de Guatemala en busca de oportunidad de empleo, en busca de suelas gastadas, tacones quebrados, zapatos rotos. Para ganarse el sustento diario.
Desgastando sus zapatos y sus viejas suelas sobre el pavimento caliente.

-Arreglo zapatooooos- volvía a gritar, -ninguna puerta se abría.

Durante un poco más de 2 horas caminó, con su caja de herramientas, un sombrero de paja que únicamente protegía la mitad de su cara bajo ese sol extremo.

-Señor- dijo una anciana de aspecto fantasmal, mientras abría la ventana de su casa.

La anciana de pelo blanco como el algodón, la piel tan arrugada como el papel hecho bolita y luego desplegado de un escritor, y delgada, tan delgada que los pómulos se marcaban de una forma insólita. Le hizo un gesto de acercamiento mientras abrochaba el último botón de su bata.

-Buenos días mi señora- aclamaba Don Agustín, bajando su caja de herramientas y buscando un poco de sombra bajo las pestañas de la vieja casa. Que por su aspecto fue construida a principios de siglo. – ¿Le puedo ayudar en algo?-

-Buenos días joven- era la respuesta que la anciana le daba a Don Agustín (Que al comparar las edades, la anciana lo superaba por mas de 40 años)

-Permítame un momento, abriré la puerta y le serviré un vaso con limonada fría, que al parecer la necesita-.

-Muchas gracias- Respondía Don Agustín con voz vacilante-.

Luego de un par de minutos de espera, la anciana abría las grandes puertas (con un chirrido agudo) invitando a pasar al hombre del sombrero de paja.

El interior de la casa (en este caso la sala) era muy elegante, espacioso, y sobre todo muy pulcro. Con amueblado de caoba, grandes cortinas de seda, alfombrado por toda la habitación y una chimenea grande, (donde podía entrar un hombre gordo) le daban la bienvenida a los invitados.

¡Mierda! –Exclamó Don Agustín a su interior- Fascinado por tan bonita casa.
Antes de entrar, echo un vistazo a sus suelas, asegurándose de no tener heces de animales o alguna otra porquería pillada en la calle.

Ya en el interior de la casa, la anciana le sirvió el vaso con limonada ofrecido anteriormente.

-¿Cuál es su nombre Joven?

-Agustín, Agustín López, para servirle a usted.-

-Mucho gusto Agustín, mi nombre es Berta Mendizábal.

La anciana hablaba con frases cortas, su voz transmitía cansancio y debilidad, pero sus ojos ¡Oh Dios, sus ojos! Reflejaban juventud, viveza. Ojos azul verdoso como el enclave de Semuc Champey (*)

-Permítame un momento, disfrute de su limonada.-Le decía la anciana, mientras caminaba con pasos cortos y pesados. La alargada sombra se iba acortando mientras penetraba en la habitación continua.

En su regreso, la anciana llevaba en una mano unos viejos zapatos, color azul oscuro (o negro) Don Agustín no distinguía bien de momento.

-Quisiera que le cambiara la suela a estos viejos zapatos, fueron un regalo de mi difunto esposo y aun no quiero desecharlos ni deshacerme de ellos. Si lo ha notado ya no camino sin arrastrar los pies, es por eso que se gastan más rápido de lo normal.
Tienen un valor sentimental muy grande para mí. –Continuaba la anciana-.

La anciana levanto la mano, le entrego los zapatos a Don Agustín (quien se percato que en efecto eran azul oscuro) y sin mediar palabras dio la vuelta y se sentó en el gran sofá de la sala.

Acto seguido, Don Agustín, puso a prueba sus conocimientos, concentrado en su trabajo, descosiendo el fuerte hilo que sujetaba la suela al zapato, limpiando los restos de polvo, quitando el pegamento restante de las viejas suelas.
Al cabo de 1 hora termino con su labor.

-¿Cuanto le debo joven?

Don Agustín, desde que entro a la casa tenía en mente cobrar un poco mas por cualquier trabajo que desempeñara. Tenia hambre, no había desayunado, la limonada únicamente despertó a la fiera hambrienta que habitaba en su estomago. Las tripas pedían a gritos un bocado de comida. Fue el principal motivo del pensamiento que le invadió al entrar a la casa.

-Q50.00, la suela que le puse a sus zapatos es resistente, de muy buen material.

Esperando una respuesta negativa de la anciana (un trabajo como ese cuesta Q30.00 o menos) se quedo de pie junto a ella.
La anciana metió una de sus manos en medio de su pecho, movió el sostén un poco y saco un pequeño monedero verde con estampado de flores, abrió el monedero con unas manos temblorosas y saco un billete de Q50.00 se lo entregó a Don Agustín (quien en su interior ya pensaba en la comida que iría a comprar)

Fue tanta la emoción de ver el dinero en sus manos que salio literalmente disparado de la casa antigua, dejando la puerta semiabierta. Camino alrededor de 5 minutos cuando se percato que el cielo estaba nublado (la emoción le había bloqueado el sentido común)
y se dio cuenta que no llevaba su sombrero. Decidió regresar al otro día a buscarlo a la casa de la anciana de pelo blanco como el algodón y ojos bonitos.

Las gotas empezaron a caer, mojándole el pelo y salpicándole agua a sus zapatos y mangas del pantalón. Se resguardó bajo el ancho marco de una puerta. Al pasar aproximadamente 15 minutos, la lluvia disminuyo y Don Agustín pudo seguir su viaje a su casa.

Esa noche durmió muy bien, con la barriga llena al punto de reventar.

-Arreglo zapatoooooooos-. –Gritaba nuevamente al día siguiente, bajo una mañana muy fresca, visualizando cada puerta en espera que alguna de ellas se abriera.

Caminó directo a la casa de la anciana, quien el día anterior le había dado trabajo y el sustento del día.

Tocó la puerta. No hubo señal.

Al cabo de un par de minutos de insistencia, se escucho los pasos firmes y largos de algo o alguien. Los pasos no se escuchaban como los de la anciana, cortos y pesados. En una pequeña charla que tuvieron, la anciana le comento a Don Agustín que vivía sola, los familiares vivían lejos y muy pocas veces llegaban a visitarla. La única persona que veía seguido era a la muchacha que le ayudaba con la limpieza en la casa. Ella llegaba los días lunes. (Hoy es jueves –Pensó Don Agustín-)

Al abrirse la puerta (aun con el chirrido agudo) vio en la penumbra a un hombre de aproximadamente 1.80 Mts. Quien lo saludo de una forma extraña. Extraña pero no abusiva, mas bien “Sin gracia”

Vestía un overol con (manchas de sangre) pintura roja. Una camisa a cuadros rojos y negros y una gorra en la cual se podía leer “Más feliz que la mierda”. En su mano llevaba un martillo, el cual se veía minúsculo comparado a la proporción de su mano. Tenía una voz ronca y muy varonil, una voz que también asustaba.

-Buen día, ¿Qué se le ofrece?- Habló el (asesino) muchacho.

-Bu buen día, ¿Estará la señora de la casa? –Dijo Don Agustín con voz un poco asustada- En su mente empezó a proyectarse una película en la cual la anciana era asesinada a martillazos. También lo invadió una serie de preguntas: ¿Por qué tanto silencio? ¿Quién es este tipo? Pero la principal de todas ¿Por qué esta manchado de (sangre) pintura. Tuvo la sensación de tener los pies tan pesados como los de un elefante.

-Aquí no hay nadie- Respondió fríamente el tipo del overol-.

Don Agustín al cabo de un momento se tranquilizo. ¡Torpe! -Se dijo a si mismo- Imaginando sucesos estúpidos, sucesos increíbles, su imaginación había volado de una manera extraordinaria!

Luego de unos segundo logro controlar sus ideas, se percato que una ligera gota de sudor corría por su sien derecha y desembocaba en la comisura de su boca. Vio a los ojos al tipo de la puerta quien tenía en su rostro una mueca de interrogación.

-La señora, una anciana que vive aquí. Ayer le arregle un par de zapatos –Continuó Don Agustín-. Olvide mi sombrero y lo vine a traer.

El tipo de la puerta aun con su cara estupefacta por lo que Don Agustín hablaba, dio un paso adelante y pregunto: ¿Qué señora? Hace más de 15 años que esta casa esta abandonada. Mi nombre es Roberto, encargado en la remodelación de esta casa para ponerla en venta.

Roberto abrió la puerta para que Don Agustín pudiese entrar.

Ya en el interior de la casa, el viejo zapatero se quedo sin palabras, con su cara de perplejidad. ¿En donde están los bellos muebles de caoba? El suelo ahora desnudo, mostraba el linóleo verde y amarillo. Dio un giro de 90 grados y se asombro al no encontrar aquella bella chimenea que decoraba (¿La sala?) la habitación.

Al estar viendo lo increíble, observo su sombrero de paja. Lo tomo y sintió un ligero escalofrío, quedo con la boca abierta al encontrar debajo de este, los zapatos que aquella vieja anciana le había dado para remendar. Con las mismas viejas suelas aun.

(*) Semuc Champey es un enclave que se localiza en el departamento de Coban, Guatemala.


FIN.






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