miércoles, 14 de marzo de 2012

El precio de la verdad


Por Camila Carbel.


El crepúsculo se acercaba y aún no podía llegar a mi destino. La preocupación y el miedo me invadían, ya no había nada mas por hacer, solo seguir conduciendo. Era conciente debía parar, mis ojos me dolían demasiado y mi visión no era buena, el agotamiento de todo ese interminable día, se me vino encima de golpe, sentía que la cabeza me explotaría en cualquier momento, pero debía seguir conduciendo. No podía parar, una parada más y todo mi esfuerzo hubiera sido en vano.
Debía llegar al amanecer, sino ya seria demasiado tarde, y no podría perdonármelo, ni mi familia, o lo que quedaba de ella.
Se me ocurrió encender la radio, pero cuando estire mi brazo para pulsar el botón, recordé que en la parada anterior, me ataco la locura. La deje ganar y esta destruyó la radio. Así que nada cambiaría, seguiría conduciendo en silencio. En absoluto silencio, que me recordaba que la muerte había tocado la puerta incorrecta, yo la había estado esperando, hasta había dejado mi puerta sin cerrojo, pero la muerte es audaz y tocó la de mi madre. Produciéndome el dolor más grande de mi vida. Me mató en vida.
A las 8 de la mañana por fin divise el maldito cartel que me daba la bienvenida a mi pueblo. Ese pueblo del cual huí lo más pronto que pude, ese pueblo que me destruyó la vida.
Al fin me acercaba a casa, por la cual decidí pasar primero, solo para ver si se encontraba alguien, y sino me dirigiría a la sala velatoria.
Al mirarme en el espejo retrovisor, noté mi cara de desvelo, cansancio, y dolor. Pero lo que más me llamo la atención fueron mis grandes ojeras y lo largo que tenia la barba y el bigote. Era casi imposible que haya crecido tan rápido. Así que decidí parar en casa, para afeitarme.
Al doblar la esquina casi paso de largo. Esa casa que tenía antes mis ojos no era en la cual yo había vivido 17 años. Era otra.
Mi casa de la infancia era normal, ni grande ni chica, color blanco, sin jardín y un solo arbolito en el costado derecho, con tejas ya casi marrones y partidas.
Esta nueva casa que estaba en el lugar de mi vieja casa, era más grande, de color entre amarillo y anaranjado, pero no era feo, era bastante tranquilo. Con muchas flores en la entrada, con un césped verde, aunque algo largo. Tejas bien rojas y todas impecables. Tenia tres árboles en la vereda, la cual tenia cerámicos.
Me detuve y mire el número para estar seguro que estaba en el lugar indicado. Y si era el número 217 y decía “Familia Milesi”. Sin duda era mi casa, en realidad mi ex casa.
Me bajé, pero cuando me puse de pie note un temblor en mis piernas, pensé que me caería, pero logre mantenerme en pie, y caminar, hasta la puerta. Toque timbre, pero nadie contestó. Intenté abrir la puerta, pero esta no cedió. Saque mi llave, desde mis 6 años tuve mi propia llave de la casa. Y casi sin esperanzas la gire y logre entrar.
Igual que por afuera, todo estaba distinto, no había casi ningún mueble de la época que yo habite esa casa. Cortinas, electrodomésticos, plantas de interior, portarretratos, todo nuevo y desconocido para mí. Solo logré reconocer algunas fotos. En algunas pocas aparecía yo.
Me estaba demorando mucho admirando la nueva casa, que por un tiempo fue “mía”, al menos yo la sentí así, no como ahora. Decidí subir las escales, para ir al baño, me afeite rápidamente, me cepille los dientes, me peine y salí otra vez.
Cuando pasé por la cocina, observé por la ventana el patio, en la cual se veía una casita de perro, pero ese perro no era nuestro eterno “Roko”, era un perro mas pequeño, seguramente de mi hermana Nany. Tomé un vaso de agua y salí.
Conduje hacia la sala velatoria, para enfrentarme de una vez con la realidad, maldita realidad, para ser más específico. En el camino vi como había cambiado este pueblito, para nada atractivo, en estos años en los cuales me había ausentado. Ahora estaba mucho más bonito, mas habitado, con más lugares nuevos, y chicas más lindas.
Luego de diez cuadras, llegué a mi destino final, busqué estacionamiento, y me paralicé. Simplemente, no tenia las fuerzas como para bajarme del coche. Me golpeó de repente todo lo sucedido.
Creo que hubiera permanecido ahí sentado un largo rato, de no ser por un hombre canoso, delgado y muy alto que me golpeó la ventanilla del automóvil. A los pocos segundos me di cuenta que se trataba de don Manuel, un vecino del pueblo. Al instante, me bajé y lo saludé, el me dio su pésame y caminamos lentamente hacia la sala donde estaba mi madre en un cajón elegido por todos sus hijos, excepto por mi. Íbamos a un paso muy lento, mientras don Manuel me contaba de su operación reciente en la rodilla.
Estábamos a solo cinco pasos de la puerta de la funeraria, Me sentía muy nervioso y triste, un extraño en este lugar. Definitivamente hice muy bien al largarme de aquí.
Solo cerré los ojos y entre, por atrás mio don Manuel a su paso lento. Vi a muchísima gente que no veía hace una década. Otras personas me saludaban por mi nombre y me daban el pésame, y yo ni siquiera sabía quienes eran.
Al acercarme pude ver a mis hermanos y otros parientes cercanos. Estaban muy cambiados, algunos, otros no tanto. Todos me saludaron y se sorprendieron de que estuviera allí, pensaban que no iba a lograr llegar. Pero esta vez no podían criticarme nada.
Luego que pasó la sorpresa, empezamos a llorar abrazados. No lo podía creer, volví a abrazar a mis hermanos, se extrañaba eso, pero no estaba feliz, porque no volvería a ver a mi madre. Al cabo de una media hora, entre lágrimas de hermanos, junte valor y me acerque al cajón. Fue lo más horrible que viví en mi vida: Mamá, completamente blanca y su piel fría como un témpano de hielo en la Antàrtida. Me sorprendió como había envejecido, tenia mil arrugas, el cabello blanco, y estaba muy delgada. Mis hermanos me contaron que al poco tiempo que me fui, empezó a comer y comer, y engordo muchísimo. Ella les decía que comía por la angustia de mi ausencia, pero mis hermanos no querían aceptar que yo significara tanto en su vida. Siempre fueron así de envidiosos, nunca ninguno de los cinco pudo tener el vínculo que nos unía a nosotros.
Por lo que Ana, Franco, Miguel, Emmanuel y Nany decidieron hablarla y exigirle que parara de hacer “eso”, que era comer y no detenerse. Además le dijeron que ellos la querían y le podían comprar medicamentos para que bajara de peso y llevarla al nutricionista. Al principio todo iba bien, pero según dicen ellos, como hace dos años empezó a comer muy poco y verse como una pequeña gallinita desnutrida y sin plumas.
A pesar que hace ya diez minutos que la miraba no lograba entender, darme cuenta, aceptar el asunto. Por lo que la llamé, solo para confirmar que no contestaría, de que la realidad era totalmente real. Dije. Esperé un minuto entero, el mas eterno de mi vida. Y solo ahí comprendí.
Sentí que el estomago se me partía al medio, sentía que me quemaba por dentro, un agudo dolor de cabeza me ensordeció, y salí corriendo hacia el patio de la sala velatoria, donde me caí de rodillas, y lloré, lloré, y lloré. Mis hermanos dicen que estuve más de media hora llorando, pero ninguno de ellos se me acercó.
Recién volví a entrar una hora más tarde, cuando vinieron a cerrar para siempre el ataúd. En ese momento sentí que iba a morirme. Pero no fue así. Lo soporte, soporte ir en la larga fila de automóviles hacia el cementerio donde descansaba mi padre. Soporte ver como entre los seis que quedábamos metimos en el nicho a mi madre. Y solo soporte tres horas en mi casa.
Cuando por fin llegamos a mi casa, entre conversaciones, como siempre mis hermanos me atacaron y me acusaron de haber matado a mi padre. El murió al caer por las escaleras.
La única que siempre me defendió y que dijo que yo no lo había empujado al viejo fue mi madre, pero ella ya no estaba. ¿Quién iba a defenderme? Yo, claro.
-Y ahora mamá- Dijo Franco –Al fin estará con el viejo, que se marchó mucho antes de tiempo por…- Solo se calló. Todos mis hermanos me miraron a mí, se notaba el odio en esas miradas. Pero ya no me importaba y tome la palabra.
-Saben que, mamá siempre dijo la verdad, yo no lo empuje, pero también mintió, él no se resbaló.- Todos me miraron sorprendidos y un poco enfadados, pero yo seguí hablando, ya no podía parar.-¿Qué no lo ven? Él siempre la maltrato, nadie lo soportaba, ni ella, ni yo, ni ustedes, no se hagan los indiferentes, a nadie le dolió su muerte, no como duele la de mamá. Todos estuvimos mejor sin él, sobre todo ella. Ya no tenia que mentir sobre las quemaduras y algunos moretones que se veían. Solo piensen, yo que era el mas chico me daba cuenta, solo que no entendía, pero en su última pelea, mamá ya se había cansado, y solo… ¡él se paro al borde de la escalera! aparecí yo, mamá lo golpeó, no sabría que se terminaría muriendo, pero les aseguro que no se arrepentía. Y cuando todos ustedes salieron a ver que sucedía, yo me asusté y dije que yo no había sido, y mamá dijo que solo se cayó. Pero ustedes, siempre pensaron que yo lo maté, y lo hubiera matado, pero no junté el valor a tiempo, y mamá sí.

Todos me miraron sin creer en mis palabras. Otros como Ana y Franco dudaron, pero no podían demostrarlo.
-Si tu no lo mataste, dime ¿Por qué te fuiste de la casa?. Dijo Miguel.
-No valía la pena quedarme, ustedes pensaban que yo había sido, y no podía decirles lo que pasó, no podía traicionar a mamá. Pero ya no importa, ya ambos nos liberamos. Y por mi parte, no se preocupen, no deseo verles la cara nunca más.
Me marché, regresé a mi casa, con mi trabajo de siempre, sin novia fija. Ninguno de ellos me llamó, pero yo sabía que ahora estaban de mi lado, y conocían mi enojo. Ellos aceptaron mi versión, la verdadera. Pero su orgullo es tan grande, al igual que su miedo que simplemente no volvimos a vernos. Me enteré que Ana tuvo un bebé, Miguel se casará. Me gustaría conocer a mi sobrino, pero no lo creo posible. Este fue el precio que tuve que pagar por mi madre, y lo volvería a hacer.




Fin.

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