sábado, 18 de febrero de 2012

La cosa del cementerio


Por William Zelada.


La ligera y refrescante lluvia Agostina mojaba la calle, esa calle que tarde o temprano nos verá pasar en un ataúd, inmóviles, sin vida.

Luego de salir “alegre” de una cantina, Manuel emprendió el viaje de regreso a su casa. Con un viejo paraguas y un suéter con más remiendos que la camisa de un pordiosero. El alcohol empezaba a invadir sus sentidos. Sus pasos se tornaban cada vez más torpes y lentos. Apoyaba su hombro para dejar descansar momentáneamente su cuerpo en la pared de adobe del antiguo cementerio.

Sin percatarse de la hora, encendió un Marlboro, dio 3 profundas caladas y tiro el cigarrillo, el cual se apagó inmediatamente a causa del agua. Su mente daba mil vueltas Se fue recostando torpemente en la pared, bajando poco a poco. Ya en cuclillas, se fue quedando poco a poco dormido. Pasaron alrededor de dos horas para que despertara de un sueño profundo y tranquilo.

Con un poco de esfuerzo logró ponerse en pie, emprendiendo nuevamente su viaje. Su mente ya no estaba tan alcoholizada, pero unas fuertes pulsaciones en las sienes lo estaban “matando”.
La lluvia ya había calmado.

César, que era el guardián del cementerio, reconoció a su amigo de infancia, el cual en su andar lento, aún se frotaba las sienes.

-Manueeeel- le dijo César, mientras se despojaba de la escopeta y la recostaba en la pared.

Mientras tanto Manuel, caminando al encuentro de su amigo lo saludó con un gesto de amabilidad.

-Hola Cheve- (como cariñosamente le decían a César) –Que día el que he tenido-

Se encaminaron a la pequeña habitación en donde César pasaba de 3 a 4 noches por semana.  

Una cama, una pequeña estufa sostenida por una pequeña mesa, un poster de una chica en bragas. Lo esencial para que el guardia de turno, pudiera pasar la noche.

-Mírate, Manuel. Estás muy mal. Descansa un poco en la cama, te daré un poco de café bien cargado.- Le regañaba César.

Manuel se sentó en la cama, las sienes estaban a punto de explotar. El alcohol tomaba venganza después de todo. Tenía mucha sed, la boca seca y los labios empezaban a rajarse.
Recordó la vez que su papá le decía que entre mas alcohol tomara, más sed tendría al otro día.

¿Cómo era capaz el alcohol de prácticamente secarte? ¿Acaso el alcohol no es un líquido?

–Era una pregunta, la cual no tendría nunca una respuesta para Manuel-

Luego de beber el café cargado, se sentía un poco mejor. Las palpitaciones en las sienes estaban disminuyendo, el cansancio había pasado.
Al consultar el reloj, faltaban diez minutos para las once de la noche.

Manuel decidió pasar la noche en el cementerio, acompañando a su amigo.

Abordaron mil temas, desde juegos de infancia, hasta las conquistas que habían tenido últimamente. Pasaron las horas, cuando se percataron, eran casi las dos de la madrugada.

César decidió salir, para dar la ronda por el cementerio, y verificar que todo estuviera bien.  Una débil llovizna empezaba a caer.

Manuel, sintiéndose en deuda con su amigo, le propuso acompañarlo en su ronda.

Caminaron por los mauseolos. Por esos pasillos infestados con aroma a flores secas, y en donde más de mil lágrimas se han derramado.

Manuel empezó a sentir escalofríos. Miraba las sombras de los árboles que dibujaban figuras terroríficas en el suelo y las paredes. -¿Acaso hay que temerle más a los vivos que a los muertos?- Se preguntaba Manuel. Pero en esas circunstancias vivos y muertos le aterrorizaban por igual.

César tarareando una canción antigua y con su linterna iluminando los lugares oscuros, iba de una manera muy tranquila y relajante.

No se percataron que en la oscuridad unos ojos los vigilaban. Unos ojos llenos de rabia y de odio.

-César, presiento que alguien nos ve- Le decía Manuel con voz temblorosa y asustada.

Escucharon el crujir de unas ramas. Cuando César iluminó con su linterna por en medio de dos mauseolos, una cosa peluda se arrastraba hacia ellos. 

La Cosa media aproximadamente un metro de altura. Un pelaje espeso y rustico cubría su cuerpo. La cabeza, con bastante proporción se ladeaba de un lado a otro. Sus grandes ojos, inyectados con un rojo vivo miraban fijamente a César y Manuel.

Abrió su hocico, enseñando unos dientes muy afilados, y en cada extremo del hocico, unos colmillos amarillentos de tamaño espectacular. Chorreaba abundante baba y espuma. Un apestoso olor salía de este.

¡Las garras! Unas enormes garras sobresalían de sus ¿manos? Las garras negras, tan negras como la oscuridad total, se arrastraban por el suelo, empujando ramas y hojas secas.

Ambos amigos se quedaron paralizados. Sus piernas en ese momento pesaban demasiado como para moverse, o salir corriendo.

La Cosa chilló. Se abalanzo contra César, hundiendo sus enormes garras en los costados de la cintura, levantándolo algunos centímetros y arrojándolo al suelo simultáneamente. Tenía una fuerza sobrenatural.

Manuel contemplaba como La Cosa rasgaba la carne, la piel y las entrañas de su viejo amigo.

Gritando de dolor, César golpeaba de manera absurda y sin tanto éxito a La Cosa. El hedor que esta propagaba, era nauseabundo. Un olor a pelo húmedo y carne descompuesta.

El ¿animal? Hundió sus colmillos en la pierna de su victima, y esta pudo sentir el frío colmillo en el hueso. Borbotones de sangre manaban de varios lugares del cuerpo casi sin vida de César.

La Cosa lo soltó, dirigió una mirada penetrante a Manuel, quien tenía los pantalones húmedos y las lágrimas empezaban a salir de sus aterrorizados ojos. Presenciando semejante escena ¿Quién no estuviera así?

-¡MIERDA, YA ME LLEVÓ!- No termino la frase. Intentó correr, pero La Cosa lo tomó por una de sus piernas, lo jalo hacia ella con mucha fuerza, rompiéndole el fémur. Cayó al suelo fuertemente y la barbilla chocó contra el suelo húmedo, y un río de sangre empezó a nacer.

La Cosa agarró la cabeza de su segunda victima, la estrelló repetidamente contra el suelo, partiéndole el cráneo en más de mil pedazos. Empezó a comer su contenido de una forma asquerosa, ensuciando todo a su alrededor, profanando ruidos extraños, ruidos de ¿victoria?

Devoró la mitad del cuerpo de Manuel, el resto lo arrastro a su guarida. Seguido del cuerpo ya sin vida de César.

La Cosa, esperando que su “alimento” llegara al punto de putrefacción, se quedó esperando al siguiente guardián, al siguiente borracho, vagabundo o a algún animal que por su territorio se atraviese. El cementerio.


Fin.

3 comentarios:

  1. William, un relato interesante, cargado de mística y del típico terror que da un cementerio en la oscuridad.
    Buena historia.
    Saludos.

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  2. La trama de la historia es muy interesante, siempre es dable esperar alguna "COSA" extraña apareciendo de noche en los cementerios.
    Buen relato.
    Éxitos.

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